Centro de Pensamiento   Social Católico
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Fe y razón en la doctrina social de la Iglesia

Gregorio Guitián*

Pudiera parecer, a una mirada superficial, que la relación de Fides et ratio (FR) con la doctrina social de la Iglesia (DSI) es un tanto forzada y en todo caso secundaria, pues ni se encuentra entre las encíclicas sociales ni hay referencia explícita a temas específicos de la DSI. Esta visión no podría ser más defectuosa pues nos encontramos ante un documento que ilumina no sólo todo empeño teológico, sino también a quien tiene un compromiso con la búsqueda de la verdad en cualquier campo del saber humano.

El décimo aniversario de FR se cumple en un momento especial para quienes se dedican a la teología; un momento en que urge mostrar a una civilización, aquejada de relativismo, la posibilidad y el atractivo de la verdad y del bien; de lo permanente en el ser humano a pesar de los tiempos (la ley natural); de la capacidad de una razón que, buscando ansiosamente el espacio de la libertad sin fronteras, ha quedado, paradójicamente, aprisionada por la materia.

Considero que la situación ha sido descrita certeramente en el famoso discurso de Benedicto XVI en Ratisbona. Allí el Pontífice sometía a serena crítica una convicción actual que se remonta a la Ilustración: «sólo el tipo de certeza que deriva de la sinergia entre matemática y método empírico puede considerarse científica. Todo lo que pretenda ser ciencia ha de atenerse a este criterio. También las ciencias humanas, como la historia, la psicología, la sociología y la filosofía, han tratado de aproximarse a este canon de valor científico»1. La consecuencia lógica de este planteamiento es que «si la ciencia en su conjunto es sólo esto, entonces el hombre mismo sufriría una reducción, pues las interrogantes propiamente humanas, es decir, de dónde viene y a dónde va, las interrogantes de la religión y de la ética, no pueden encontrar lugar en el espacio de la razón común descrita por la “ciencia” entendida de este modo y tienen que desplazarse al ámbito de lo subjetivo»2. Así las cosas, la propuesta cristiana no pretende negar los adelantos que ha obtenido el espíritu humano, sino precisamente crear las condiciones que permiten lograr mayores conquistas: «la intención no es retroceder o hacer una crítica negativa, sino ampliar nuestro concepto de razón y de su uso. Porque, a la vez que nos alegramos por las nuevas posibilidades abiertas a la humanidad, vemos también los peligros que surgen de estas posibilidades y debemos preguntarnos cómo podemos evitarlos. Sólo lo lograremos si la razón y la fe se reencuentran de un modo nuevo, si superamos la limitación que la razón se impone a sí misma de reducirse a lo que se puede verificar con la experimentación, y volvemos a abrir sus horizontes en toda su amplitud»3.

Es ésta —me parece— una buena perspectiva para mostrar la importancia de la enseñanza de FR para la misión de la DSI. Una adecuada relación entre fe y razón es la condición de posibilidad de la DSI. Esto se ve bien si consideramos dos aspectos de la naturaleza de la DSI. Me refiero a sus fuentes y a su carácter interdisciplinar.

Las fuentes de la DSI

La conocida definición de DSI proporcionada por Sollicitudo rei socialis (SRS), n. 41, muestra cómo se plasma en el campo de la moral social, la esencial interrelación entre razón y fe. La luz que proporciona el Evangelio permite orientar de manera particular hacia la verdad y el bien de la persona, las complejas condiciones de la vida del hombre en sociedad, conocidas a través de la razón.

La DSI bebe de dos fuentes —la fe y la razón o la Revelación y la naturaleza humana— que corresponden a un doble orden de conocimiento que hace posible tal doctrina. Sin embargo, en este concreto campo de la teología moral es imprescindible subrayar el papel que juega la razón, sin implicar con ello ninguna contraposición ni tampoco prioridad respecto a la fe. La fe no revela todas sus virtualidades en la vida social, si no se conoce bien esta misma realidad.

Quizás no hay otro campo de la teología que muestre mejor que la DSI, cómo fe y razón se necesitan mutuamente y por eso se ha dicho que «la Doctrina Social, en cuanto saber aplicado a la contingencia y a la historicidad de la praxis, conjuga a la vez “fides et ratio” y es expresión elocuente de su fecunda relación»4.

Cuando Juan Pablo II se propuso en FR ratificar la alianza entre fe y razón, confirmaba la convicción que se encuentra en la base del trabajo de la DSI. Sin embargo, la encíclica plantea un equilibrio entre fe y razón que no debe darse por descontado en el terreno de la moral social. En ocasiones se ha criticado una doble “traición”: unas veces se ha propuesto una moral social que, en algunos puntos, dejaba de lado la fe y se convertía más bien en ideología -5, y otras veces algunas propuestas han sido poco acertadas por carecer de un conocimiento certero de la realidad social -6. La DSI corre también el riesgo de entregarse ciegamente a la perspectiva de las ciencias sociales (por ejemplo de la sociología, la psicología, la filosofía social, etc.), que deben ser purificadas a la luz de la fe, y más en concreto, de la antropología revelada que está en la base de dicha Doctrina.

La interdisciplinariedad

En la génesis de la DSI hay una apertura necesaria a los logros de la razón en el campo de las ciencias sociales, y así se ha dicho que «ningún saber resulta excluido, por la parte de verdad de la que es portador»7. La interdisciplinariedad proporciona una base importante para la materialización de la relación entre fe y razón. Hay ciertos pronunciamientos de la DSI que sin la contribución de las ciencias sociales habrían sido, sencillamente, imposibles: considérense, por ejemplo, las páginas del Compendio sobre las «res novae» de la economía, la biotecnología, o algunos documentos muy específicos -8, por no hablar del campo de la bioética.

Sin embargo, la creciente fragmentación del saber unida a la metodología empleada lleva a constatar los límites de las ciencias sociales, cuyas aportaciones tienen ciertamente valor, pero carecen con frecuencia de capacidad hermenéutica para orientar el comportamiento humano hacia la excelencia moral. En este sentido cobra todo relieve el papel fundamental de la filosofía, que es capaz de dar unidad y sentido a los otros saberes. Y como se ha hecho notar, también la fe «tiene una función sapiencial de ordenamiento global del saber y del obrar humano»9, que se fundamenta —en palabras de FR— en que «la palabra de Dios revela el fin último del hombre y da un sentido global a su obrar en el mundo»10 (FR, 81). A partir de aquí, la DSI —que se apoya decididamente en la fe y en las aportaciones de la filosofía— aparece como un saber capaz de proporcionar un horizonte de sentido a la vida social en sus diferentes dimensiones (política, económica, etc.).

Purificar la razón

Esta función sapiencial ha cuajado en una expresión de Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, que describe la pretensión actual de la Iglesia con su doctrina social: «[la Iglesia] desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica»11.

Son numerosos los campos de la vida social en los que los logros de la razón son susceptibles de purificación. Me referiré aquí brevemente a las esferas política y económica.
En el ámbito político una opción fundamental de compromiso con el bien común podría reordenar la jerarquía de valores a la hora de tomar decisiones importantes. Hace años el entonces Card. Ratzinger llamaba la atención sobre un fenómeno que sigue siendo actual: una «dictadura de la apariencia (…) claramente observada en dos planos: para la acción política, para el obrar público en general, hoy a menudo cuenta más, aquello que más allá de los hechos “aparece”, se dice, se escribe y se muestra. La opinión que se difunde es más importante que aquello que en realidad ha sucedido»12. En ocasiones las decisiones políticas llegan a estar mediatizadas, si no esclavizadas, por su posible efecto sobre la opinión pública, de tal manera que el marketing y los sondeos se convierten en criterios muy importantes para tomar una decisión u otra. A veces importa más la impresión que se causa en la opinión pública que el contenido de la decisión misma, lo cual da entender que, en el fondo, la ley del mercado también impera en política. Es encomiable el avance de las ciencias en el terreno de la comunicación política y del conocimiento del comportamiento humano, pero no se debe olvidar que estas ciencias no saben gran cosa acerca de los criterios morales de la acción política.

Guarda esto relación con el último punto que desearía tratar y que tiene que ver con la economía. Aludiendo a una ciencia que deja de lado toda visión metafísica y moral, Juan Pablo II señalaba que «algunos científicos (…) conscientes de las potencialidades inherentes al progreso técnico, parece que ceden, no sólo a la lógica del mercado, sino también a la tentación de un poder demiúrgico sobre la naturaleza y sobre el ser humano mismo»13.

Cuando la lógica del mercado (que en sí mismo es un instrumento de gran eficiencia para la satisfacción de numerosas necesidades) se extiende a todas las realidades humanas, se producen desórdenes como el que describía el entonces Papa y que tan patente se nos hace hoy, por ejemplo, en el campo de la vida humana. De fondo está el «espíritu economista» a que aludía el Concilio Vaticano II-14, que puede llevar a impregnar con la lógica del mercado, dimensiones de la vida humana que no deberían encontrarse de suyo en la esfera de la racionalidad económica (véase la lógica que impera en la industria de la inseminación artificial o los criterios económicos por los cuales, en la práctica, se toma la decisión de aplicar la eutanasia a un paciente).

Desde hace tiempo, quienes estudian las teorías económicas desde el punto de vista filosófico, vienen registrando de diferentes maneras la necesidad de lo que nosotros denominaríamos una purificación de la razón en el pensamiento económico -15. El modelo que todavía sigue considerándose imperante, toma como criterio básico de racionalidad, la conducta que maximiza la utilidad del individuo. Es un modelo que solamente se preocupa de la asignación eficiente de medios para la consecución de unos fines que considera dados y en todo caso no forman parte de la racionalidad objeto de su estudio. Desde múltiples instancias se ha hecho ver cómo los fines no pueden separarse de las decisiones económicas, sino que más bien las conforman desde dentro. Esto implica superar los límites de la racionalidad instrumental e integrar las aportaciones de la que Aristóteles denominaba racionalidad práctica, que ordena la acción al fin inmanente que se propone quien obra -16. Nos encontramos ante la necesidad de una “purificación” para no incurrir «en el grave peligro de degradar la razón a funciones meramente instrumentales»-17.

Por otra parte, en los últimos años emerge con fuerza la denominada economía evolutiva, que tiene sus raíces en las ideas darwinianas. En la búsqueda del tan deseado equilibrio del sistema económico, se procura obviar la complejidad de las decisiones racionales individuales fijándose en un proceso más amplio, dotado de inercia y deudor del pasado, al que las personas tratan de adaptar su comportamiento, siempre en función del entorno más inmediato. Desde esta perspectiva están cobrando relieve los enfoques de la “neuroeconomía” o la “bioeconomía”, que quizás sin pretenderlo, cifran la clave de la racionalidad en la herencia, la variación o la selección natural -18. En el fondo nos encontramos con reediciones de la “mano invisible” de Smith y visiones de la realidad humana excesivamente materialistas.

* * *

En este contexto no deja de ser sugerente esta consideración de Benedicto XVI: «el universo mismo está estructurado de manera inteligente, de modo que existe una correspondencia profunda entre nuestra razón subjetiva y la razón objetiva de la naturaleza. Así resulta inevitable preguntarse si no debe existir una única inteligencia originaria, que sea la fuente común de una y de otra. De este modo, precisamente la reflexión sobre el desarrollo de las ciencias nos remite al Logos creador. Cambia radicalmente la tendencia a dar primacía a lo irracional, a la casualidad y a la necesidad, a reconducir a lo irracional también nuestra inteligencia y nuestra libertad. Sobre estas bases resulta de nuevo posible ensanchar los espacios de nuestra racionalidad, volver a abrirla a las grandes cuestiones de la verdad y del bien, conjugar entre sí la teología, la filosofía y las ciencias, respetando plenamente sus métodos propios y su recíproca autonomía, pero siendo también conscientes de su unidad intrínseca»-19.

La DSI se encuentra claramente inmersa en este desafío. Pienso que este espíritu sirve para conmemorar, desde nuestra disciplina, el décimo aniversario de «Fides et ratio». Fiel a su metodología propia, la DSI puede contribuir a poner de relieve la auténtica dignidad de la razón humana superando así la dialéctica artificial entre fe y razón.

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* Profesor de moral social. Facultad de Teología. Universidad de Navarra. Pamplona (España)

1 Benedicto XVI, Fe, razón y universidad. Recuerdos y reflexiones. Discurso en la Universidad de Ratisbona, 12 de setiembre de 2006.

2 Allí mismo

3 Allí mismo

4 Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 74.

5 Pienso, por ejemplo, en algunos desarrollos marxistas de cierta teología de la liberación. Ver Lucas F. Mateo-Seco, «Teología de la liberación y Doctrina Social de la Iglesia», en Scripta Theologica 23 (1991), 505-513; y, «El concepto de verdad en la Teología de la Liberación y su influencia en su confrontación», en Tierra Nueva 18 (octubre de 1989), 13-32.

6 Esto puede suceder en el ámbito de lo económico. Aunque en varios puntos es claramente matizable, pueden verse algunos ejemplos en T. E. Woods, The Church and the Market. A Catholic Defense of the Free Economy, Lexinton Books, New York 2005.

7 Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 78.

8 Véase, por ejemplo, Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Al servicio de la comunidad humana: una consideración ética de la deuda internacional, Tipografía Políglota Vaticana, Ciudad del Vaticano 1986.

9 G. Crepaldi y S. Fontana, La dimensione interdisciplinare della Dottrina sociale della Chiesa, Cantagalli, Siena 2006, 18. La traducción es nuestra.

10 Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 81.

11 Bededicto XVI, Deus caritas est, n. 28.

12 J. Ratzinger, «Il significato storico di “Fides et ratio”», en R. Fisichella (ed), Fides et ratio. Lettera encíclica di Giovanni Paolo II. Testo e commento teologico-pastorale a cura di Rino Fisichella, San Paolo, Cinisello Balsamo 1999. La traducción es nuestra.

13 Juan Pablo II, Fides et ratio , n. 46.

14 Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 63.

15 Puede verse a modo de aproximación: R. F. Crespo, Las racionalidades de la economía, Cuadernos Empresa y Humanismo 96, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 2006.

16 Ver allí mismo, pp. 28 ss.

17 Juan Pablo II, Fides et ratio, n. 81.

18 Debo estas ideas al Prof. Miguel Alfonso Martínez-Echevarría.

19 Benedicto XVI, Discurso a los obispos, sacerdotes y fieles laicos participantes en la IV Asamblea eclesial nacional italiana.

CÓMO CITAR ESTE ARTÍCULO:

GUITIÁN. G.

2008 “Fe y razón en la doctrina social de la Iglesia”. En Boletín de Doctrina Social de la Iglesia N° IV(2008)3, pp. 76-79. Arequipa: Centro de Pensamiento Social Católico de la Universidad Católica San Pablo y Observatorio Internacional Card. Van Thuân.

 

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