Pastores Navidad

Importancia de la Navidad

Importancia de la Navidad

Pastores Navidad

Imagen: Internet.

Padre Rafael IsmodesPor: Padre Rafael Ísmodes, capellán de la Universidad Católica San Pablo.

¿Puede brotar algo bueno de lo oscuro y pobre? ¿Puedo tener esperanza en medio de la adversidad? ¿Por qué celebrar en la noche algo bueno? En este tiempo de intensa oscuridad, dolores, muertes y gris horizonte hemos llegado al tiempo en que vemos a otras personas alegres por la Navidad cercana. Las calles se animan con vendedores, se piensa en los regalos, se van transmitiendo mensajes “positivos” para este tiempo y para el año que viene. Sin embargo, el corazón no se contenta con celebraciones externas, por más que podamos sonreír.

El gran misterio de Navidad se celebra cuando en el hemisferio norte es el solsticio de invierno, es decir, el día de la noche más larga, más oscura. Algo muy importante tiene que haber ocurrido para que se vea la realidad al revés de cómo parece ser. La celebración del 24 de diciembre en la noche y del 25 nos pone ante una realidad impactante: Dios ha querido hacerse hombre y ha querido habitar entre nosotros. Se hizo carne y nació humildemente, tanto, que su primera morada fue un comedero para los animales del campo. Tanto, que casi nadie se percató de su nacimiento, sólo unos pastores que estaban cerca. Estos duros hombres de campo no eran bien vistos por los habitantes de la ciudad. Eran de duro trato, a veces peleadores, de poca educación. Pero ellos fueron los primeros en ser convocados como testigos del acontecimiento.

¿Por qué es importante la Navidad? Porque Dios quiso hacerse hombre y quiso habitar entre nosotros, con nosotros. Y prefirió la humildad del nacimiento, la pobreza como hermana, a los pecadores como vecinos y amigos. Dios era el único que podía hacer que la tiniebla fuera luz, pues ese fue el primer acto creador: Él separó la luz de las tinieblas. Y vino como luz de este mundo hecho tinieblas por el pecado y la maldad humanas. Desde que Dios se quiso hacer humano toda nuestra humanidad se hizo divina. Nuestra naturaleza reclama eternidad (“un abismo llama a otro abismo”, dice un Salmo) y se siente permanentemente insatisfecha ante lo efímero de los logros y lo profundo del deseo. Como decíamos, aún más en este tiempo, el deseo de felicidad parece una amarga ilusión, ajena a la humanidad. No dejemos que lo inmediato desdibuje lo eterno. Agucemos la mirada. Veamos con claridad qué celebramos en Navidad.

¿Se puede pensar en un mundo sin Navidad? ¿Qué nos faltaría? En algunas sociedades la Navidad es una fiesta adaptada, como Halloween para nuestras tierras. Se celebra, se hace algo que no se entiende mucho y que los comerciantes esperan para sacar algún provecho. Esas “navidades” dejan el corazón vacío, una leve o fuerte sensación de que podrían haber sido mejor celebradas, y en ocasiones no pocas depresiones y tristezas. Pero tratemos de ver más de cerca. Fijémonos, en primer lugar, en el deseo del propio corazón. ¿No nos cansa el mal y el pecado? ¿No queremos vivir un amor que no termine, una felicidad sin fin, una bondad que abarque toda la creación?

Esto último es lo que celebramos en Navidad, el inicio de la buena vida, la llegada de Aquel que nos amó hasta el punto de dar su vida por nosotros. Y, especialmente, de quien quiso eliminar todo pecado de mi vida. Si el concepto “pecado” no significa mucho para mí, lamentablemente, el hecho “Navidad” o “Nacimiento del Salvador” tampoco tendrá mucha importancia en mi vida. Si creo que soy una persona “buena” que no hace mucho daño a los demás… El Salvador no tiene porqué llegar a mi vida, y me lo perderé. Si soy, por el contrario, una persona que anhela liberarse del mal y del pecado, y que se ve necesitada de salvación, debo alegrarme al máximo posible: la esperanza se ha hecho realidad, la ilusión es real, Dios se ha hecho hombre y quiere relacionarse conmigo.

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