18 de junio, 2021
Imagen: Internet.
Es recurrente hablar de la crisis de paternidad o de la ausencia del padre en la modernidad y, con mayor razón, en lo que llamamos posmodernidad. El trabajo excesivo, la búsqueda de compensaciones inmediatas, el rechazo a cualquier tipo de espera para la satisfacción de las necesidades, el miedo a asumir compromisos que necesariamente implican sacrificio y renuncia, son características cada vez más difundidas en la sociedad global como indica Fabio Ciaramelli en su libro “El bumerán de los deseos en la época de la satisfacción inmediata”.
Con estos presupuestos, la paternidad, o no tiene sentido, o es rechazada como fuente de opresión, tanto por la responsabilidad que implica, la asociación que se hace de ella a una autoridad opresiva, como por la idea tan difundida de que toda autoridad es un recorte de la libertad.
Las causas son múltiples y complejas. Podríamos enlistar muchísimos factores políticos, económicos, sociales y eventos históricos confluyentes: la revolución francesa, el racionalismo, el positivismo, la revolución sexual, el existencialismo, los períodos de postguerra, el psicoanálisis, el consumismo como motor de la economía, la globalización, la aceleración de la tecnología, el feminismo radical y un larguísimo etcétera que podríamos entrelazar para elaborar una explicación coherente. En este texto nos enfocaremos en un punto fundamental para comprender y recuperar el valor de la paternidad hoy: su relación con la libertad.
Basta una somera mirada a los medios de comunicación, las redes sociales y los fenómenos masivos de los últimos años en todo el mundo para encontrarnos con dos nociones muy difundidas de libertad en nuestra sociedad. La noción existencial, emocional o sentimental de la libertad y la que la reduce a la mera indignación libertaria. Ambas son en realidad formas de esclavitud a las potencias inferiores de la persona humana, cuyas bondades no residen en ellas mismas sino precisamente en la finalidad o razón a la cual se dirige la acción. El romanticismo del siglo XIX es un referente muy importante en la génesis de esta idea aunque es solo una manifestación más de una distorsión que ha existido siempre en la humanidad.
Según la noción clásica que recoge y perfecciona Santo Tomás de Aquino, la libertad es un ejercicio de la inteligencia que busca la verdad y de la voluntad que se dirige al bien, no puede reducirse a un mero ejercicio voluntarista o pasional.
Por naturaleza, el ejercicio de la libertad no tiene su asidero en las emociones ni en condicionamientos externos, sino en la contemplación de la verdad y el deseo del bien. Por esta razón, San Agustín definía la libertad como la opción por lo mejor. Solo por vía de engaño de la inteligencia o coacción de la voluntad es que las personas actuamos en contra del bien. Por esta razón la libertad exige un cultivo, un cuidado moral, es decir, educación.
La educación es imposible sin el ejercicio de la autoridad. Y uno de los ejercicios más vitales de la autoridad es la paternidad. Entonces ¿Qué es ser padre? Dejemos de lado las acepciones metafóricas que se refieren a las obras humanas, sean de la envergadura que sean: un libro, una institución, un descubrimiento, no son hijos más que en sentido figurado. La paternidad es una relación entre personas en la que una ejerce autoridad sobre la otra. Ser padre es entregar la vida ayudando, corrigiendo y animando a otro para enseñarle a ser libre (y por lo tanto responsable de sí y de sus semejantes), con palabras pero sobre todo, con el propio testimonio.
El hombre que asume la paternidad experimenta un cambio radical en su vida y su manera de ver el mundo. Y, como cualquier estado vital de trascendencia, la paternidad no se reduce a la procreación física, tanto porque hay hombres que, teniendo hijos, no asumen la responsabilidad de la paternidad, como porque hay hombres que, sin ser padres físicamente, la viven a plenitud.
Por eso es que la paternidad tiene una profunda relación con la libertad. No se es verdaderamente padre sin ser libre, sin asumir libremente la responsabilidad de acoger, proteger y apoyar el crecimiento de los hijos. No se es verdaderamente padre sin respetar, educar y promover la libertad de los hijos:
Lo inverso también es verdad: no se es libre sin ser padre de alguna manera porque la paternidad es una forma básica de la responsabilidad masculina. Como tal, la paternidad exige siempre la práctica de la virtud.
Como conclusión, podemos decir que la libertad es esencial al ejercicio de la paternidad y, al mismo tiempo, lejos de ser una carga que la limita, la paternidad es un ejercicio de libertad auténtica porque se funda en la necesaria búsqueda de la verdad como del deseo voluntario del bien verdadero que es, en esencia, el bien común.
*Artículo editado del Boletín N.-80 del Instituto para el Matrimonio y la Familia de la Universidad Católica San Pablo.
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