10 de agosto, 2023
Imagen: elinformadordelrincon.com/
Un tema recurrente entre los padres de familia jóvenes es: qué hacer para que los hijos obedezcan. Se les hace muy difícil encontrar el equilibrio entre la aceptación y el control. Los hijos del siglo XXI se diferencian mucho de los niños y adolescentes de hace 20 años, pero siguen teniendo las mismas necesidades afectivas, de ser corregidos y con firmeza.
Los hijos crecen desorientados cuando no saben a qué atenerse porque no hay una línea de conducta y criterios coherentes que les orienten en su comportamiento. “…La desobediencia, el enojo y la rebeldía son parte de la personalidad infantil en formación. Su corrección es responsabilidad principal de los padres, este debe ser un proceso coherente que incluya comprensión y firmeza” (Lyford-Pike,Cuiomi y Soler, 2007)
Hay dos características principales en la crianza: la aceptación y el control. La primera implica ternura, compromiso y cuidado con las necesidades de los hijos. Los padres son cercanos, dan protección y favorece la comunicación. El control implica autoridad, cumplimiento de órdenes y exigencias, y el monitoreo de la conducta de los hijos.
Los psicólogos MacCoby y Martin en 1983 proponen cuatro estilos de crianza a partir de la combinación de las mencionadas características.
Autoritario: Importancia superlativa a la obediencia. Rigidez y sobre exigencia. Los padres son poco sensibles a las preferencias y necesidades de los hijos. Exigentes con las reglas y aplican castigos severos si no son respetadas. Los hijos padecen de baja autoestima, impulsividad, tendencia a la depresión, culpabilidad, rebeldía y conformismo.
Democrático: Combina la firmeza con el trato afectivo. Son cariñosos, pero marcan límites y censuran adecuadamente las malas conductas. Explican con claridad las normas del hogar, recurriendo al razonamiento de los hijos y no a la fuerza física, para lograr obediencia. Los hijos tienen buena autoestima y autocontrol, menos conflicto con los padres, mayor independencia, alegría, simpatía y tranquilidad.
Indulgente: Bajo nivel de control y aceptación. Los padres son cariñosos, tolerantes, condescendientes. No saben poner límites y controlar el mal comportamiento. Los hijos hacen prácticamente lo que quieren. Ellos tienen buena autoconfianza, poco malestar emocional, baja obediencia e impulsividad.
Negligente: Los padres son descuidados. Indiferentes con la educación de los hijos. No fijan normar ni amonestan las malas conductas. Esto genera inseguridad, inestabilidad emocional, tendencia a la depresión y soledad e incluso vicios por parte de los hijos.
Lo recomendable es la alta aceptación con el alto control positivo; es decir el control relativamente estricto, pero que no se ejerce mediante la culpa, el temor o el daño físico.
¿Cómo vamos por casa? Reconocer errores es un excelente paso para iniciar el cambio. Si quieren una educación equilibrada, aquí algunas ideas: demuestren a sus hijos que los quieren, no teman ejercer autoridad, las reglas de convivencia familiar deben ser pocas, claras y consistentes y cumplan sus advertencias cuando no se cumplan dichas reglas.
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