03 de agosto, 2023
Imagen: Internet, ilustración: Ana Yael
Pocas veces hemos visto una preocupación tan obsesiva por la ética como en nuestros tiempos. Y simultáneamente, pocas veces hemos visto tan grave crisis ética como hoy. Vemos comités de ética por doquier y códigos de ética en todas partes: ética para ingenieros, ética para agrónomos, ética del medio ambiente, ética para empresarios, en fin, tantas éticas como oficios humanos existen. ¿Por qué no pensar en una ética para mecánicos, en otra para instaladores de lavarropas, en otra para bibliotecarios, taxistas, “chefs”, tapiceros, telefonistas de “call centers”, etc.?
No necesito recordar aquí a las estrellas de la ética contemporánea. Una de ellas es la bioética; la otra, la ética en su cita siempre malograda con la política. ¿Qué sería de los moralistas sin el griterío crispado de las agrupaciones LGTBQ, sin las fantasías extravagantes de los cirujanos estéticos, genetistas y biólogos, sin la corrupción de la política? Ética por aquí y ética por allá. Ética al despertarse y ética al dormir. Ética al alimentarse y ética al ayunar. Asistimos a una invasión sin precedentes de la ética en la vida.
Llega el momento de aclarar algunas cosas, pues lo anterior puede sonar un tanto escandaloso. Sencillamente, me parece que la inflación contemporánea de la ética es un efecto colateral no deseado de la supremacía de la vita activa, aquella que eligió Marta frente a la opción de María, quien sí eligió la mejor parte, a saber, la vita contemplativa. Nuestros tiempos son tiempos “marcianos”, en el sentido de lo que Marta eligió:
“Marta tenía una hermana llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús para escuchar lo que él decía. Pero Marta, que estaba atareada con sus muchos quehaceres, se acercó a Jesús y le dijo: Señor, ¿no te preocupa nada que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. Pero Jesús le contestó: Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero sólo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y nadie se la va a quitar (Lc. 10: 39-42).”
Nuestros tiempos no eligieron la mejor parte, sino una vida donde la extrema movilidad inunda todo, y de ahí la necesidad de un remedio a la medida, de una medicación analgésica a la altura de esta mala elección. Esta ética, en su versión totalizante, es simplemente una estafa. La ética misma se vuelve inmoral en su atomización según sean las exigencias de los sectores de “aplicación”.
Una ética totalizante seduce porque es fácilmente utilizable como proyectil: Marta acusa a María. La ética “mariana”, en cambio, es reacia a su empleo contra los demás. Sus exigencias, por otra parte, son enormes para una humanidad sobrealimentada de derechos. Y sobre todo, la ética mariana no es fácil porque exige un trabajo de permanente cuidado y alerta sobre uno mismo más que sobre lo que hacen los demás. Marta asume que lo suyo es lo correcto y que su prójimo es quien está en el error. María, por el contrario, se pone en disposición de oír.
La ética mariana quedaría muy incompleta si no prolongáramos hasta sus últimas consecuencias una pregunta: ¿qué es la verdad? Creo que en la respuesta a esto se juega la vida misma de esta ética, y en la medida en que carezcamos de la valentía para dar el nombre de una Persona a esa verdad, nuestros tiempos permanecerán en la oscuridad, la fragmentación y la irresponsabilidad de la ética marciana.
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