09 de agosto, 2023
“Habrá juicio sin misericordia para quien no ha sido misericordioso, mientras que la misericordia no tiene miedo al juicio.” (Epístola de Santiago 2, 13)
La cuaresma es un tiempo de preparación y reflexión, y entre sus componentes principales se distinguen tres: la oración, el ayuno y la limosna. Jesucristo resumió los mandamientos en dos, que, a fin de cuentas, fueron tres: amar a Dios sobre todo, y al prójimo como a uno mismo. Estos dos mandatos encierran en realidad tres: amar a Dios, amar al prójimo y amarse uno mismo. Evidentemente, los componentes de la cuaresma tienen estrecha relación con estos tres mandamientos: la oración implica amar a Dios, el ayuno implica amarse uno mismo, y la limosna nos conduce al amor al prójimo. Lógicamente estos tres aspectos (la oración, el ayuno y la limosna) cobran relevancia especial en el caso del matrimonio. En el presente trabajo reflexionamos brevemente sobre cómo debe entenderse la limosna al interior del matrimonio.
LA LIMOSNA EN EL MATRIMONIO Aunque suene un tanto impropio, entre los esposos debe existir limosna. Recordando que los componentes de lo que llamamos cuaresma matrimonial son tres: oración, limosna y ayuno (y que no son más que los componentes de la cuaresma propiamente dicha) iniciamos este recorrido dando a conocer que en la pareja debe haber limosna. Principiaremos con que no basta la limosna en un buen matrimonio. En efecto, ya que Jesucristo cuando se dirigió a los fariseos les reprochó el pensar que con solo dar limosnas uno quedaba purificado (Lc 11,41). Pero, entrando al fondo ¿cómo es ello de que debe haber limosna en la pareja? Para comprender lo dicho, indudablemente, hay que entender seriamente qué es la limosna, para luego entender cómo opera, o sea, cómo es que se la tiene que brindar.
LA LIMOSNA NO ES “RESIDUAL” La limosna no puede ser entendida como dar una ayuda de lo que nos sobra. Ella implica dar de lo que se tiene, pero jamás de lo que nos sobra. Es más, la limosna involucra algo que forma parte de nosotros y de lo cual no nos es tan fácil desprendernos. Inicialmente, la limosna parecería consistir en dar algo de lo que nos sobra. En el Evangelio de Lucas 3, 11 se puede leer “El que tenga dos capas que dé una al que no tiene”. Sin embargo, este texto en ningún momento sugiere como limosna dar de lo que nos sobra. Un concepto inicial de limosna, es decir, un punto para empezar el camino de la cristiandad, podría ser: dar de algo que tenemos “duplicado” -por decirlo de algún modo- a quien no tiene. Empero hay que entender que la limosna parte de desprenderse de algo que nos es necesario, de algo que en realidad no queremos dar porque también lo necesitamos. Entonces, empezaremos por convencernos de que la limosna implica dar algo que nos es sumamente útil, y que por ello mismo también le será provechoso y necesario a quien se lo demos. Si se recuerda bien el encuentro del joven rico con Jesucristo se podrá entender este razonamiento. El Divino Maestro, para llegar a ser perfecto, le pidió dejar todo lo que poseía y repartirlo entre quienes no tenían (Mt 19, 21). Otro ejemplo colocado por el Maestro Jesucristo refiere la conocida parábola del buen samaritano, donde el hombre de Samaria se portó brindado absolutamente todos los cuidados al hombre herido (Lc 10, 25-37). En fin, si uno recuerda también la ofrenda de la viuda narrada en el Evangelio de San Marcos 12, 41-44, allí Cristo asevera que esa viuda, al haber dado aunque dos monedas pequeñas, dio más que los demás, pues todos dieron de lo que les sobraba, pero ella dio, desde su pobreza, todo lo que tenía. Lo mismo sucedió con la viuda de Sarepta en el encuentro con el profeta Elías. En ese caso, la viuda se negó a dar de comer al profeta aduciendo que lo poco que tenía lo prepararía para ella y para su hijo, y que luego de comer morirían. Sin embargo, pese a ello, preparó un pan y se lo dio al profeta (1 Re 17, 10-16). Por consiguiente, la limosna implica dar de lo que nos es útil y necesario para nosotros, y que, por ello mismo, será útil para quien lo reciba. En el caso del matrimonio es evidente que a la pareja no se le puede brindar algo de lo que nos sobra. Si por el Sacramento del matrimonio la pareja se volvió un solo ser, se tiene que dar al cónyuge todo, pues, a fin de cuentas, es uno mismo. Si el Libro de Cantar de los Cantares es un himno al amor, donde se ha asociado a Cristo con la Iglesia, recordemos que Cristo lo dio todo por la humanidad, dio hasta su última gota de sangre. Así, el marido debe estar dispuesto a dar hasta su vida por su mujer, y la mujer, su vida por su marido. Se trata, en suma, de dar mucho de lo poco que se tiene, y no dar poco de lo mucho que se tiene.
LA LIMOSNA NO ES DAR MONEDAS O DINERO En segundo término, hay que desterrar de nuestra cabeza la idea de que la limosna solamente se refiere a monedas o dinero. Si ya dijimos que la limosna consiste en dar algo que para nosotros es útil y de lo cual no es tan sencillo desprendernos, queda claro que no solamente nos cuesta desligarnos de monedas o dinero o de otras cosas materiales. El primer nivel, innegablemente, consistiría en saber desprenderse de cosas materiales -no que nos sobren- sino que aún nos sean útiles, y que, justamente por ello, le servirán a otros. Pero el segundo nivel -y a donde nos dirigimos- consiste en que el desprendimiento también debe serlo de aspectos no materiales. Por ejemplo, pensemos en el tiempo o en las actividades que uno tiene. Si uno es aficionado de ir a ver películas, la limosna consistiría en brindar eso que es valioso para él (el tiempo en ir a ver esos filmes) y dedicarle dicho tiempo a otra persona que bien lo puede estar necesitando. Si uno de los esposos es amante del deporte, y el otro es amante de ir de compras, la limosna consiste en que uno de ellos (el que quiera dar la limosna), por ejemplo, el que practica deporte, brinde su tiempo a su cónyuge y la acompañe en ir a comprar. Como se puede ver, el deporte no es malo, y esa actividad puede ser útil por lo menos para el esposo que lo practica. Pero en ello está la limosna: en dar algo que nos es útil y necesario. Con un ejemplo similar, si uno de los esposos es apegado al trabajo y el otro desea visitar a sus parientes, la limosna consiste en que aquel que trabaja, por ejemplo, dedique parte de su tiempo laboral (que evidentemente no está mal dedicado) para viajar con su consorte a visitar a la parentela. Si alguien ha pensado en dedicarse a finalizar una obra, verbi gracia, artística o literaria, puede dar en limosna parte de su vida en ayudar a quienes lo necesitan. Lo dicho es menos complicado de comprender cuando hablamos de un “prójimo no tan próximo”. O sea, es muy sencillo dar unas monedas a un mendigo (y creemos que eso es limosna). Será un poco más accidentado, pero no tanto, el brindar algo más a un ajeno a nuestra esfera personal, por ejemplo, brindar tiempo o sonrisas a extraños, como gente en un asilo, un orfanato, una aldea infantil, etc. Pero, aunque suene paradójico, es un tanto más espinoso cuando se trata de un ser allegado a nosotros, y de modo particular, el cónyuge. Ergo, es tarea actual revisar qué de lo que nos es sumamente útil y necesario, y hasta indispensable, se le puede dar a nuestra pareja como limosna. Se puede pensar en varias cosas. Si uno es profesor, puede dar limosna de enseñanza a su pareja, si uno es pintor, puede dedicar una pintura a su pareja. Ahora la labor consiste en reflexionar qué limosnas puedo dar a los demás, y especialmente a mi pareja: dar limosna de tiempo, de afecto, de respeto, de comprensión, de ayuda en el hogar, de sonrisas, de caricias, de abrazos, etc.
LA LIMOSNA ES DESPRENDERSE CON AMOR Lo último que bastaría decir referido a la limosna es que ese acto de desprendimiento debe hacerse con amor. Y aunque suene trillado, el asunto es más enigmático de lo que aparenta. Uno puede creer que si hace esto con su cónyuge está realizando un sacrificio digno de ser aplaudido, digno de una recompensa. Es decir, si uno le dice a su cónyuge: “Mira que estoy cediéndote mi tiempo para ayudarte o acompañarte”; esa limosna no tiene valor, pues se la está dando sin amor. No hay que olvidar que el amor nunca se infla (1 Co 13, 4), y que, además, el Divino Hacedor no quiere sacrificios, pues el sacrificio hecho a regañadientes, no es tal. Si se piensa dar algo a la pareja, no hay que hacerlo de mala gana. Hay que darlo con alegría. No se olvide que San Pablo enseñaba que cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría (2 Co 9,7). Igualmente, el sujeto que ha brindado su limosna a su consorte regalándole algo de su tiempo o cualquier cosa, haría mal en comentarlo con un tercero, pues no debe olvidarse el mandato de Jesucristo referido a que al dar una limosna que tu mano izquierda no sepa lo que ha hecho la derecha (Mt 6, 3). Igualmente, en el Libro de Tobías 4, 7 se dice “Haz limosna con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla”. Ciertamente, Jesucristo mandó: “Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos” (Mt 6, 1). En fin, tampoco debe esperarse la recompensa divina, aunque no es menos cierto que Jesucristo afirmó que toda limosna, por muy pequeña que fuese, no quedaría sin recompensa (Cfr. Mt 10, 40-42; 6, 4). Nos explicamos. Cuando alguien da unas cuantas monedas a un mendigo suele sentir en su interior algo que le dice: “¡Has hecho bien!”. Ese sujeto espera (a veces inconscientemente) que Dios tenga en cuenta tal actitud para cuando llegue el día de su juicio final. (En este aspecto hay que notar que existe gente muy elevada espiritualmente que actúa desplegando obras buenas por contrición, o sea, por el simple amor a Dios; mientras que otras tantas lo hacen por atrición, es decir por el pesar de no ofender a Dios, no tanto por el amor que se le tiene, como por temor a las consecuencias de la ofensa a cometerse). Entonces, en sentido estricto, no está mal esperar la recompensa divina por un acto así, lo malo está en condicionar el actuar de Dios con un acto así. O sea, si se da dinero a alguien que lo necesita, se le debe dar pero por amor (o caridad) pero jamás pensando: “Dios aquí tienes una obra más, mira que ayudo a este mendigo para que tomes en cuenta ello en mis últimos días.” No hay que perder de vista que “Limosna dada, limosna olvidada”, siendo que tal precepto se dirige a quien brinda la dádiva. No en vano San Francisco enseñaba que “Olvidando se encuentra”. Por último, tampoco es bueno el asunto de dar limosnas al cónyuge pensando en que Dios nos premiará. Uno debe brindar esa limosna a su pareja simple y llanamente por amor, porque ama a su par, recordando que ella también es hijo de Dios, y que, desde las nupcias, forma parte de uno mismo, y que, a fin de cuentas, es el mismo Dios quien vive en su ser.
REFERENCIAS
Reynaldo Mario Tantaleán Odar Docente de la Universidad Católica San Pablo
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