29 de julio, 2023
El Marketing publicitario en Navidad
No es novedad para nadie la cantidad de promociones y descuentos que hacen todas las tiendas, marcas y grandes departamentos para que las personas compren en grandes cantidades regalos de navidad para sus familias. Hay, por detrás de todo eso, una máquina de marketing que promueve una necesidad psicológica, y, casi nos “obliga” a salir con varias bolsas, aprovechando esos “mega descuentos”.
A ese input marketero, sumémosle los adornos que solemos encontrar en los grandes malls, como son Mickey mouse y el pato Donald vestidos con sus gorros y ropas rojas navideñas. Así como, en el mejor de los casos, Papa Noel con su trineo y los renos. Por todos lados, niños pueden tomarse un “selfi” con Papá Noel, y así se genera un deseo cada vez más arraigado de esperar el día de la Navidad para recibir esos juegos, que los papás están obligados a comprar “contra la espada y la pared”, para satisfacer esas necesidades generadas por todo el aparato marketero, ya mencionado.
¿Cómo combatir esa avalancha publicitaria?
Frente a una compaña publicitaria tan poderosa, cualquier padre de familia, preocupado por proporcionar a sus hijos el verdadero sentido de la Navidad, se pregunta qué puede hacer para contrarrestar tamaño impacto cultural. No debemos ser ingenuos, más bien, muy conscientes que son mensajes que se van incrustando en nuestra conciencia más o menos explícitamente.
Está demás decir la cantidad de propagandas que genera un vínculo directo entre un determinado producto y la felicidad. La adquisición de la tan anhelada felicidad es, sin lugar a duda, una de las más poderosas armas de la que se vale la propaganda. Recordemos nada más el refrán: “¡Destapa la felicidad!” Como si tomando una gaseosa alcanzáramos la felicidad.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Cómo contrarrestar ese impacto comercial en nuestras mentes? Les invito a que vivamos algo tan básico y fundamental de nuestra vida cristiana: la conversión. Mejor aún: la “metanoia” (Romanos 12, 2), que se trata de la transformación de nuestra mente. San Pablo, cuando escribe esa palabra a los Romanos, les invita a que sean conscientes de como es fundamental pensar con los criterios de Cristo, y no los del mundo. Pero eso exige un esfuerzo grande de nuestra parte, por lo que ya se viene explicando a lo largo del artículo.
Debemos vivir lo que nos dice el Evangelista San Lucas (3, 4-5): “… Como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos”.
¿Qué nos quiere decir San Lucas? Que, para tener nuestro corazón preparado para la llegada del Señor en esta Navidad, debemos preparar el camino que recorremos en nuestra vida, para vivir un encuentro real con el Señor: primero, enfocar nuestros esfuerzos, dirigiéndonos hacia el Señor. No desviarnos en superficialidades, y otras cosas que nos alejen del Señor. Segundo, rellenar todo aquello que está vacío en nuestra conducta. ¿Cuántas faltas u omisiones de caridad? Tercero, allanar todas las actitudes que son contrarias al amor. Excesos que nos alejan del amor de Dios, y cuarto, limar aquellas asperezas que son obstáculo para recibir la gracia de Dios.
No es tarea fácil. Pero invito a los padres de familia, las parejas y matrimonios, que no se dejen amilanar por esta sociedad capitalista y de consumo, que solo valora lo material, y vivan en sus casas ese verdadero amor de Cristo, que es el más grande regalo para esta Navidad. El único que puede darnos esa felicidad tan anhelada.
¿Qué podemos hacer?
Nos toca ahora, dejar algunas acciones concretas, muy claras, para hacer efectivo ese esfuerzo de conversión. Poner los medios necesarios para preparar nuestras familias para acoger el regalo más grande que Dios nos ha dado: la Vida de su Hijo único: Jesucristo, nuestro Señor. ¿Qué más podemos querer?
Lo primero, son los medios y herramientas espirituales. El adviento debe ser un tiempo de preparación para la Navidad, intenso de oración. En primer lugar, los Sacramentos, que son el medio ordinario para recibir Gracia de Dios. Son el alimento que necesitamos para sobrevivir. Luego, la oración. La oración es como el oxígeno, sin el cual no podemos vivir. La oración nos permite tener una relación de amistad con Dios, sin la cual es imposible vivir nuestra vida cristiana. En tercer lugar, poner algunos medios de mortificación. Como puede ser el ayuno o abstenerse de algún tipo de comida, que exige una cierta cuota de sacrificio, pero con la intención clara de purificar el corazón. No necesita ser nada extraordinario. Renunciar a las gaseosas, dulces o alguna comida que te guste mucho. También algún tipo de servicio a alguna persona, que implique un sacrificio de tu parte. Te sugiero que pienses un rato algo que esté al alcance de tus posibilidades, y puedas revisarte a diario si realmente lo has cumplido.
Lo segundo, son actitudes personales, que debemos esforzarnos por vivir, y son nuestra cooperación con esa gracia que Dios derrama en nuestros corazones. Puedo sugerir algunas concretas para que las vivas en tu casa, con tu familia y amigos. La paciencia para soportar los defectos de aquellos que viven a tu alrededor; humildad para acoger y no sobre reaccionar con posibles agresiones, a veces llegando al punto de cerrar la boca y humillarte; renunciar a tus planes, para acomodarte a las necesidades del otro, haciendo ese esfuerzo para ayudar en lo que el otro necesita y no lo que tú crees que es lo mejor para él. Finalmente, escuchar y poner ese hombro amigo, para permitir que ese familiar tuyo, o amigo, pueda llorar y abrir su corazón. Hoy en día, esa escucha activa, empática, está cada día más escasa.
Así que aliento a todas las familias para que dispongan el corazón para acoger al Niño Jesús, y hagan real en sus casas la felicidad que solo Dios nos la puede proporcionar.
Mg. Pablo Augusto Perazzo
Director de Felicitas
Conferencista y autor de los libros «Yo también quiero ser feliz», y «Yo también quiero ser feliz en el sufrimiento»
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