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El mundo, nuestro mundo, mi mundo

Foto: AP

 

Jorge Maximiliano LoriaPor: Jorge Maximiliano Loria, filósofo y docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo.

Heidegger nos recordó —con verdad—, que el hombre (dasein) es “ser en el mundo”. La existencia humana, no se comprende sin esta comunión esencial con el resto de la realidad creada. En el presente, la angustia (otro sentimiento heideggeriano) nos asalta frente a la posibilidad concreta de una nueva guerra a escala mundial.

Ya la pandemia nos había sacudido del ‘letargo’ y nos confrontó con nuestra propia finitud; actualmente, un megalómano que ‘juega a la guerra’, pone en peligro la sociedad global.

Para las personas de ‘a pie’, es prácticamente imposible alcanzar una comprensión profunda de las distintas causas que engendraron el conflicto que Rusia y Ucrania atraviesan hace años. Como siempre, hay diversos tipos de intereses: económicos vinculados a la energía (el abastecimiento de gas que Rusia provee a la Unión Europea); enemistades culturales y étnicas que llevan siglos; la pugna por una nueva configuración del poder geopolítico mundial: Rusia, China e Irán, por un lado; Estados Unidos y la Unión Europea por el otro. Personalmente, apenas conozco los avatares coyunturales de esta amenaza para el planeta.

Sin embargo, al tratarse de seres humanos enfermos de poder, resulta imposible brindar un diagnóstico acertado de ‘lo que podría pasar’. El mejor analista político, el más erudito e informado, apenas si podrá describir, más o menos y con certeza, cómo son las cosas. La invasión de un país soberano, implica colocarse al margen de la razón y, en este sentido, nadie puede prever cómo reaccionarán aquellos que, sin detenerse en el sufrimiento de muchos, movilizan las piezas de este nuevo ‘T.E.G. en tiempo real’.

Como vulgarmente se dice, aunque con verdad, “estamos en las manos de Dios”. Las dos guerras mundiales, nos han dado sobrados ejemplos de que este tipo de prácticas, rayan con lo diabólico. Una vez más, al igual que lo hicieron Hitler, Stalin y Mao, un estadista tirano pone en jaque al mundo.

Sin embargo, todas estas luchas pertenecen a la ciudad terrena. Aquí no hay buenos y malos, pues si hemos llegado a este punto, ha sido simplemente por el hecho de que la mayor parte de los gobernantes, pusieron sus intereses económicos y de poder por encima de los principios éticos y humanitarios, dejando a un lado incluso los más elementales preceptos de la ley de Dios.

A menor escala, abundan las mismas luchas al interior de nuestras propias sociedades. Los intereses mezquinos y la injusticia, se ríen de la moralidad. Países ricos llenos de gente empobrecida (incluso aquellos que abundan en riqueza material, muchas veces ni siquiera saben para qué viven, pues carecen de sentido y compromiso con el bien común), países pobres, colmados de gente que carece de lo indispensable para sobrevivir. Migraciones constantes de poblaciones enteras en búsqueda de supervivencia y un ápice de dignidad.

Los medios masivos, se empeñan en construir ficciones, donde los malos tiranizan a los buenos y donde los victimarios, están en uno solo de los bandos. Claro que, la presente situación, muestra a un opresor jugando despiadadamente a la guerra y a numerosos patriotas procurando darlo todo por defender a su país.

Sin embargo, la realidad más profunda, muestra que la metástasis de la corrupción espiritual, está esparcida por todas partes. Tampoco abundan los dirigentes prudentes del lado de los que hoy están siendo atacados. En definitiva, todas estas cosas solo constituyen un nuevo capítulo de la mundanal civitas.

La ciudad de Dios, sin embargo, continúa creciendo; el Reino es como el grano de mostaza, que llega a ser la mayor de las hortalizas y proporciona cobijo a los habitantes del cielo. La providencia divina, jamás pierde el control de los acontecimientos del mundo, pues —como nos enseñó Jesús— “ni uno solo de nuestros cabellos se nos cae sin que el padre lo consienta”, pero pocos son los que pueden percibir el influjo de su mano, en tanto carecemos de la mirada propia de la fe. Todo lo percibimos con criterios humanos y mientras eso continúe, solo cabrá ‘refugiarse’ en la desesperanza.

Quizá muchos fieles deban dar testimonio: más tarde o más temprano, ninguno de nosotros “zafará de comparecer ante Pilato”. El Señor nos enseñó a “no temer a los que pueden matar el cuerpo”; más bien, hemos de confiar que su fortaleza nos asistirá cuando llegue el momento.

María Santísima, se mantuvo de pie junto a la cruz y Maximiliano Kolbe, soportó con entereza el más cruel de los tormentos, sirviendo a Dios hasta el instante último de su vida. Claro que la heroicidad en la virtud, supone el principio de la fe; si no creemos, no entenderemos y menos aún recibiremos el consuelo proveniente de la gracia. No sé ustedes, pero yo tengo una confianza sumamente frágil y elijo creer, porque estoy absolutamente convencido de que la esperanza cristiana, jamás defrauda.

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