03 de agosto, 2023
El vals criollo es herencia nuestra desde la época colonial como lo muestra esta pintura del destacado acuarelista de Pancho Fierro. Imagen: Internet.
El Día de la Canción Criolla fue creado en 1944 por el gobierno de Manuel Prado y Ugarteche. La celebración fue fijada para el 18 de octubre, día del Señor de los Milagros. Luego la pasaron para el 31 del mismo mes para que coincida con la muerte de la popular cantante Lucha Reyes. La decisión causó el cruce, no deseado, con una fiesta importada de Norteamérica, ahondando la brecha generacional. Son las personas de edad las más adeptas a la celebración nacional, mientras que los niños y adolescentes prefieren el Halloween.
El término “criollo” ha devenido en algo vago y sin connotación definida. A inicios de la colonia, llamaban “criollos” a los hijos de españoles nacidos en América. Ellos, según estudios, impulsaron la independencia sudamericana. Este concepto ha ido cambiando y ahora se refiere a todo aquello que se produce en tierras americanas pero su origen es europeo. Carlos Gardel fue apodado “el zorzal criollo”, por ejemplo. Es en nuestro país donde el término se ha degradado, así a cualquier acción ilegal o abusiva se le denomina “criollada”.
En el plano musical lo criollo es tratado con respeto y hasta devoción. El vals criollo es su emblema. Su origen, se dice, está en el vals compuesto por los Strauss en la Viena del siglo XIX. La forma como llegó a Perú y a las clases populares tiene diversas teorías. Se cree que primero lo hizo a los salones de la aristocracia luego se nutrió de los ritmos nacionales como el yaraví o la zamacueca, también tuvo el aporte cultural de los negros venidos de África, lo que explicaría su carácter sincopado, distinto al ritmo llano y fluido del vals vienés.
Antes de la popularidad del vals peruano, fines del siglo XIX, se publicaron valses escritos en pentagrama que recordaban al vals vienés, en especial en Arequipa, aunque introdujeron escalas emparentadas con la tradición musical heredada de siglos pasados. No tenían letra porque su fin no era el canto o baile, sino la ejecución pianística en recitales o conciertos. Destacaron los compositores Luis Duncker Lavalle (1874-1922), Eduardo Recavarren (1865-1915), Manuel Aguirre (1863-1951), Benigno Ballón Farfán (1892-1957). Estos valses no fueron muy difundidos. Sus ediciones fueron muy limitadas y no consignaron la fecha de edición en casi todas las obras, por lo que es imposible saber su antigüedad exacta.
En octubre lo que se celebra es el llamado vals criollo, quizás debería llamarse vals peruano. En cuanto al baile, se sustituyó los ampulosos giros del vals europeo por pequeños pasos laterales quimbosos. El contoneo del cuerpo y de los hombros le proveía el carácter alegre que lo caracteriza hasta hoy. El cambio se debió a la reducción del espacio porque las viviendas populares eran pequeñas y los pisos de tierra obligaban a menos desplazamientos.
Mucho de lo narrado no tiene una fecha exacta, pero la figura emblemática de Felipe Pinglo Alva, nacido en Lima el 18 de julio de 1899 –inicios del siglo XX-, fue fundamental, al ser el autor de inolvidables valses alrededor de 1929, formando así la primera época importante del vals criollo, aunque antes ya se habían dado a conocer algunos que incluso fueron grabados en Nueva York por el dúo Montes y Manrique para el sello Columbia.
A los autores de aquella época auroral del vals criollo se les conoce como la “Guardia Vieja”. Hubo todo tipo de personajes: periodistas y escritores, como Abelardo Gamarra “El Tunante”, músicos extranjeros como el filipino José Savas Libornio, empresarios como Oscar Molina y poetas como Federico Barreto, gente del pueblo como Braulio Sancho Dávila y Máximo Bravo, de día trabajaban como albañiles y en la noche se dedicaban a la jarana criolla. No faltaron personas de la clase alta como los hermanos Rosa Mercedes y Alejandro Ayarza “Karamanduka”, miembro de La Palizada, al igual que el conocido vals criollo. Gamarra, Ayarza y su hermana, Nicanor Casas Aguayo, Pedro A. Bocanegra, Carlos A. Saco, Filomeno Ormeño y Nicolás Wetzel son algunos de los autores destacados de este periodo.
Si existió una “Guardia Vieja”, es natural que después surja una nueva generación, la “Guardia Nueva”. Fue a partir de la década del cincuenta del siglo XX. El boom de los discos LP y los medios de comunicación popularizaron ritmos extranjeros como el tango argentino, el foxtrot norteamericano y otros. Pese a ello los creadores de música criolla lograron con gran éxito la aceptación del público, aunque les fue difícil. En esa época destacaron Pablo Casas, Lorenzo Humberto Sotomayor, Laureano Martinez Smart, Serafina Quinteras, y otros.
Los autores de la “Guardia Nueva” trataron distintos temas como el patriotismo (Mi Perú, Todos vuelven), asuntos familiares (Madre, Cabecita blanca), asuntos sociales (El Canillita, Navidad del niño, El Plebeyo) el amor (Bouquet, Cariñito, Compañera mía), valses que hacen uso de la replana o lenguaje popular (Carretas aquí es el tono, Cántame ese vals patita, La jarana de Colón) y muchos otros que abren el camino a estudios especializados.
Los años 50 y posteriores fueron el mejor momento de la radio y de la grabación discográfica, lo que favoreció a la difusión y generalización del vals criollo, dejando de ser patrimonio exclusivo de las clases populares u obreras. Cantantes como Luis Abanto Morales se convierten en ídolos populares. Se popularizan también valses desconocidos de Felipe Pinglo Alva y se conocen detalles de su vida y obra. Aparecen y brillan autores como Chabuca Granda, Mario Cavagnaro, Luis Abelardo Núñez, Augusto Polo Campos, Alberto Haro, Adrián Flores, Alicia Maguiña y muchos más.
Con el fin del siglo XX, llega una época de franca decadencia del vals criollo, lo que está unido a las crisis sociales y económicas que vivió el país. El vals, como toda manifestación artística que obedece a una época, lamentablemente ha perdido vigencia. Casi ya no existen creadores de valses criollos y su difusión ha sido confinada a pocas estaciones de radio o al canal del Estado, al medio día, la hora del almuerzo, pues con cierta ligereza le han atribuido bondades digestivas. De otra forma no puede explicarse esta limitación no solo en el horario y en cantidad, pues si bien hay miles, son algunos cuantos temas lo que se repiten a diario.
La existencia del vals criollo es de no más de un siglo desde el inicio de su popularidad. Su esplendor se ha desvanecido con el tiempo. Su existencia es por todos conocida, aunque muy pocos se ocupan de su difusión y conservación. Es necesario trabajar en su renacimiento porque es parte de nuestra identidad nacional. El vals criollo debería estar presente en los horarios estelares. Los organismos oficiales deberían establecer premios y becas para quienes se dedican a su creación y cultivo, además de organizar festivales para promover nuevas obras. En los colegios y universidades se debería cantar música peruana y todos deberíamos dejar de pensar solamente en su pasado brillante para dar paso a una nueva etapa.
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