25 de marzo, 2021
Imagen: Internet
En los últimos años han tomado mucha fuerza algunos movimientos que intentan defender la posibilidad de cambiar la habitual terminología de “sexo” por la de “género”. Quienes defienden esa posibilidad parecen coincidir en lo que, más allá de las diferencias conceptuales, suele denominarse “autopercepción”. Se trata del modo como algunas personas se perciben a sí mismas en lo relativo a su identidad sexual, no necesariamente reducida al tradicional binomio masculino-femenino. Nos encontramos incluso con que ya no se trata de que personas identificadas por los registros civiles como varones se perciban a sí mismos como mujeres, y viceversa. No habría sólo dos sexos, y por ello estas personas prefieren hablar de “género”. Esto les permitiría ir más allá de los límites de la pura biología.
Una rápida búsqueda en Internet nos informa, por ejemplo, que España reconoce 37 géneros y 10 orientaciones sexuales. Esto es lo que ha llevado a los defensores de estos movimientos a emplear la sigla LGTBQ+, donde el signo + sería el equivalente de un indefinido etcétera. Es decir, la pregunta “¿es Ud. hombre o mujer?” que se debe responder en muchos formularios de todo tipo, las personas pertenecientes a estos grupos se encuentran en una dificultad. Algunos de estos formularios ya incluyen la alternativa “prefiero no responder”. Eso parece ser lo más sensato, ya que la cantidad de “géneros” podría ir modificándose de manera exponencial si todo depende del juicio individual. Todo esto tiene una razón de ser. Mi tesis es que los defensores de la teoría “Queer” (llamaré así provisoriamente a quienes sostienen la multiplicidad de géneros como opuesta a la sexualidad binaria), tienen razón en un punto, aunque no la tienen, a mi juicio, en lo esencial.
¿En qué tienen razón? Bien, aquí citaré un párrafo de Santo Tomás de Aquino, Doctor Padre de la Iglesia, que estaría de acuerdo con ellos. El párrafo se encuentra, precisamente, en aquella parte de la Suma de Teología, redactada entre los años 1268 y 1272, en donde se habla de la felicidad humana. El análisis minucioso de la felicidad exige, nos dice Santo Tomás, una reflexión acerca de los actos humanos, que no son lo mismo que los actos del hombre. ¿Y en qué difieren? En que los primeros son producto de una decisión racional, mientras que los segundos no. Es interesante notar también que, en una primera aproximación, “actos humanos” significa lo mismo que “actos morales”, como si estuviéramos aludiendo a una clase especial de actos de los que no son capaces los gatos o las hormigas.
No podría llamarse, estrictamente hablando, un acto humano la digestión de los alimentos, por ejemplo, ya que no depende de nuestra decisión que el estómago comience a segregar los jugos que harán posible esa digestión. No juzgamos moralmente a una persona por la calidad de sus digestiones. Somos libres de comer o no, pero no lo somos, una vez que hemos comido, de modificar el proceso digestivo. Pero ¿realmente no lo podemos modificar? Bien, la experiencia nos indica que de algún modo sí podemos. Induciéndonos el vómito, o aliviando la pesadez del exceso de ácido clorhídrico, por ejemplo. No obstante, por más que esté en nuestras manos la modificación, en cierta medida, del proceso digestivo, no podemos modificarlo por completo. Por ejemplo, no podemos hacer que el estómago sea apto para digerir cianuro, o raticida. Hay ciertos límites naturalmente señalados, cuya transgresión puede acabar con la vida misma. Pero vamos al párrafo de la Suma de Teología de Tomás de Aquino antes mencionado. Dice así: “Los fines morales son accidentales a las cosas naturales, así como los fines de la naturaleza son accidentales a la moralidad”.
Esto es muy serio. Tomás de Aquino nos está diciendo que la moralidad humana no está encerrada en los límites de la sola biología. Un ejemplo: una niña puede comenzar a menstruar a los 11 años. ¿Significa eso que debe ser madre a esa edad? Por otra parte, ¿por qué muchos moralistas consideran a la castidad como una virtud? ¿No parece acaso contraria a la naturaleza? Bien, lo que los promotores de la teoría Queer han visto, ya lo había visto Tomás de Aquino hace 8 siglos: la relación de la vida humana con su soporte biológico no es del mismo tipo que la existente en el caso de una iguana, por ejemplo. Hay algo en nosotros que excede una pertenencia exclusiva a lo orgánico. Y a la vez, eso orgánico humano también es de una naturaleza especial. La iguana, en cambio, está encerrada en su biología. Nosotros no. Una iguana no podría no intentar aparearse en la época de celo, así como un tiburón no podría intentar no comer cuando siente hambre. Nosotros sí. Pero esa libertad respecto de nuestro cuerpo es un arma de doble filo. Sólo nosotros podemos comer sin hambre. Sólo nosotros podemos quedarnos en la cama sin estar cansados, etc. Recuerden la película “Los siete pecados capitales”, con Brad Pitt y Morgan Freeman. Tres de los pecados capitales están relacionados con el cuerpo. En suma, podemos decidir hundirnos en la corporalidad, pero siempre será eso, una decisión en la cual el cuerpo no impera, sino nuestra razón. O sinrazón en el caso de una opción por la gula o la lujuria.
Nuestro cuerpo no manda, no nos engañemos. Si es de una naturaleza y de una plasticidad especiales, es para ponerse al servicio de ese “exceso” que es el espíritu. En realidad, la “autopercepción” del propio cuerpo es un eufemismo para disimular más bien un autoengaño. Si yo empleo la “autopercepción” para decidir acerca de mi “género”, me estoy engañando a mí mismo intentando hacerme creer que soy receptor de ciertas señales de mi cuerpo. Sin embargo, mi cuerpo no puede enviarme “mensajes” de cosas que él no posee, pues el cuerpo es sexuado binariamente. La pregunta que debemos hacernos entonces es: ¿acaso la disponibilidad del propio cuerpo está destinada a que uno oriente la propia vida según el principio del placer? ¿O más bien la “instrumentalidad” biológica tiene como finalidad la grandeza del espíritu? Y a su vez, esa grandeza tampoco consiste en una autofinalidad, ya que su vida, la del espíritu, depende de su contacto con la verdad, hacia la cual está intencional y vocacionalmente orientado.
Y aun cuando nos ha sido dado poder elegir, no todas las opciones son buenas. Pero ¿qué clase de opción es ésa si no todas las alternativas son buenas? Lo siento por los “libertarios”, pero en todas las opciones pasa lo mismo. Si no, no serían realmente opciones, pues uno opta por lo mejor y desestima el resto. Y aquí se ve que la libertad no es la posibilidad de hacer cualquier cosa, sino la buena y la mejor. La libertad plena entonces no está en la posibilidad de elegir, sino en lo que elegimos. Pero si la opción es mala, la libertad ha sido menguada. Y es en esto donde se equivocan doblemente y se autoengañan los partidarios de la teoría Queer, en creer que la libertad es un asunto de gustos personales y que la buena opción debe acomodarse a esos gustos.
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