18 de abril, 2023
Imagen: Internet.
Las declaraciones de algunos académicos y profesionales de la tecnología, que piden detener el avance de la inteligencia artificial (IA) tienen a algunos sorprendidos, a otros sumamente pensativos y a otros con su fastidiosa sonrisa maliciosa diciendo que “ya lo habían dicho”. Los más pensativos y los más preocupados, piden que se le ponga freno a una realidad que no estamos preparados para manejar y que se puede salir de control.
La verdad es que el desarrollo de la inteligencia artificial, en cualquiera de sus novedades actuales resulta bastante deslumbrante para cualquier usuario común. Además del ChatGPT, que en realidad es un lenguaje de programación, entre otros que funcionan hace buen tiempo abierta y gratuitamente en la web, hay otras inteligencias artificiales que permiten elaborar páginas, solucionan problemas de programación, vigilan, reconocen, crean campañas de marketing, pintan, hacen música y hasta se permiten escribir poesía y ensayos con mayor precisión que buena parte de los seres humanos. Digamos que algunos de esos ensayos ya podrían engañar a Turing o a cualquier profesor descuidado.
Quienes conocen más del tema, en apariencia, pueden restarle importancia, aunque saben perfectamente que las millones de interacciones que recibe un algoritmo puesto en línea, permite que recoja una ingente cantidad de información que procesa a una velocidad inalcanzable para cualquier ser de carne y hueso. Hay que decir que quizá el miedo no es al algoritmo, que es programado y está sujeto a un hardware específico (donde se le ponga), sino a que esa cantidad de información necesita un grado de control. Y no por miedo a los algoritmos, sino más bien al poder de sus programadores y al desgobierno de sus usuarios.
Esta es una cuestión delicada y que bien haríamos en discutir porque toca cuestiones antropológicas, éticas, jurídicas, políticas y culturales en las que nos jugamos la mentalidad de la nueva generación. Pensemos que, si los teléfonos inteligentes nos van convirtiendo a todos en una generación de cristal, quizá estas nuevas ejecuciones de la IA nos lleven a superar lo líquido de Bauman y a ser una cultura gaseosa. Una humanidad en la que ya no habrá siquiera algo humano que quebrar.
La discusión de fondo es de si el terror frente a la IA es fundado. Nuestra respuesta es que sí. El terror frente a la IA es fundado para todos aquellos que hacen trabajos mecánicos, que no leen, que no despiertan su pensamiento y que son esclavos de la información que reciben por la televisión y otros medios de comunicación, los juegos de video y las redes sociales.
El terror es fundado y manifiesta el fracaso de toda educación de matriz enciclopedista e igualitaria, o quizá, desde otro punto de vista, su nuevo triunfo político. De hecho, pensando en términos educativos superiores, todas las universidades que mantengan el ideal napoleónico de “producir profesionales competentes”, morirán si florecen las inteligencias artificiales. Desde ya, cabe la pregunta ¿por qué un profesor no podría ser reemplazado por una IA? Esa pregunta debería hacer aflorar lo propio de la verdadera educación.
En consecuencia, hay que tener terror porque los humanos nos sumiremos aún más en la facilidad, inmediatez y mecanización de la vida. La mediocridad en su máxima expresión. Para todos los que estemos en ese canal, la vida se presenta profundamente gris. Especialmente porque los verdaderos valores de la vida están justo al otro extremo, dígase esfuerzo, constancia, reflexión, libertad y creatividad (que no es irracionalidad o novedad sin más).
Muchos seres humanos serán inevitablemente reemplazados de sus roles y funciones, otros mediocres serán millonarios por medio suyo y los tecnócratas se mantendrán manejando los hilos de un sistema hecho para ser una verdadera matrix. Tendrá terror quien sale al mercado laboral a competir con alguien más veloz y ágil que él en todo sentido. Tendrá terror de competir con alguien de “otro género” y terror a reconocer que todo eso de la igualdad es una gran dictadura de lo contradictorio.
Tendremos que reconocer que pensamos una sociedad mecánica y ahora estamos siendo reemplazados por la obra producida. Mito repetido que hoy parece aplastarnos con su realidad. Contradicción que nos tendrá que hacer pensar el mundo que estamos produciendo. Pero, pensar toma tiempo.
Por eso, frenar no parece descabellado, aunque tienen que ser todos los involucrados. Si no frenamos a pensar todos a tiempo, entonces, seguirá siendo cierto eso de que “si no lo hacemos nosotros, otros lo harán”. La cuestión seguirá avanzando sin control y le estaremos abriendo las puertas a una nueva sociedad que causa terror, porque no sabemos en el fondo si nos estamos jugando la vida, que también se dice en muchos modos.
Es sumamente trágico tener que reivindicar la vulnerabilidad humana y el error como manifestación de lo que somos. Si bien la humanidad debe recuperar la humildad que ha perdido en la modernidad, me parece que lo que hay que recuperar es la dignidad del trabajo y la dignidad de lo propiamente humano como el pensar y el amar que toman tiempo, duelen y suponen enormes sacrificios personales, comunitarios y trascendentes.
Juan David Quiceno, filósofo y profesor del Departamento de Humanidades de la UCSP.
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