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¿Es posible una agenda periodística pro familia?

 

He tenido la oportunidad de dialogar con muchos activistas pro familia sobre las dificultades que tienen para acceder a medios de comunicación masiva y entregar a través de ellos mensajes relevantes para la ciudadanía. Algunos –casi todos– me han hecho saber su indignación por la forma en que el periodismo aborda los temas relacionados a la familia y por la existencia de una agenda preestablecida que rechaza de plano datos y testimonios de posturas contrarias a cierto consenso ideológico reinante en buena parte de la prensa nacional e internacional. Esto habla del avance de una forma de pensamiento relativista y peligrosamente anti humana que a partir de su avanzada entronización en los medios ejerce influencia sobre el pensamiento de quienes se informan a través de ellos.

El dinamismo de influencia de los medios de comunicación en la forma de pensar de las personas no es algo recientemente advertido. En 1992, la Instrucción Pastoral Aetais Novae, del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, decía lo siguiente: “Los medios de comunicación tienen la capacidad de pesar no sólo sobre los modos de pensar, sino también sobre los contenidos del pensamiento. Para muchas personas la realidad corresponde a lo que los medios de comunicación definen como tal; lo que los medios de comunicación no reconocen explícitamente parece insignificante”[1].

Y para que no piensen que esto es solo un tema de la Iglesia, en 1972 la ciencia de la comunicación ya constataba el enorme nivel de influencia del periodismo sobre el público a través de la teoría de la Fijación de Agenda o Agenda Setting[2], que sostenía que las personas tienden a ordenar para sí los temas que conocen a través de la prensa en función de la importancia que esta le da a las informaciones que difunde. Existiría, por tanto, una directa relación entre las prioridades editoriales del medio –además del orden de aparición, espacio, tamaño o tiempo que le dedican a las noticias– y la relevancia que las personas le terminan dando a los temas que se abordan a partir de ellas.

La irrupción de las redes sociales y su uso por parte del periodismo no modificaron en mucho el panorama. Por el contrario, parecen haberlo empeorado al punto que hoy no solo hablamos de niveles de influencia ideológica sobre las personas sino, en muchos casos, de formas descaradas de mentir, atacar y difamar con tal de posicionar una idea, cuando no de una sofisticada manipulación de emociones como parte de la lucha encarnizada por lograr seguidores.

Así las cosas no resulta extraño que hoy mucha gente haya identificado que el enfoque de género es una sana aspiración a la igualdad de oportunidades entre hombre y mujer a nivel salarial, social o político, cuando en el fondo la propuesta busca imponer una reinterpretación de la persona a partir de la negación del dato biológico de su sexualidad: nadie sería hombre o mujer por naturaleza sino por imposición cultural o construcción social. Por tanto no existirían hombre o mujer definidos como tal, sino cualquier cosa que la persona quiera será partir de un largo proceso de deconstrucción. Tampoco debiera extrañarnos que quienes defienden los valores tradicionales de la familia sean tenidos por un buen sector de la sociedad como termocéfalos y peligrosos activistas anti derechos.

Siendo este el escenario, ¿qué tan posible es lograr que los medios consideren periodísticamente viable una agenda de temas desde un enfoque de familia? La tarea parece complicada de asumir, sobre todo por los pasivos que todo enfrentamiento mediático deja. Creo, sin embargo, que existe posibilidad de que la familia reingrese a la agenda de los medios replanteando muchos de los objetivos que sus defensores tienen en materia de comunicación.

En tal sentido, sería necesario reflexionar si es que desde las huestes pro familia no se le ha dado un peso desmesurado a la disputa con el pensamiento contrario en desmedro de un trabajo comunicacional organizado de divulgación de iniciativas sociales, económicas y políticas, además de testimonios de vida, que no solo expresen aquellos valores que se promueven sino que aborden eficazmente problemáticas muy presentes en la vida cotidiana de las personas.

Se trata, por ejemplo, de aportar sentido común, casos, cifras e investigación seria al tratamiento informativo de situaciones tan humanas y decisivas como la crianza de los hijos, la relación con la escuela, la problemática de pareja, los dilemas adolescentes, entre otras. También de participar de modo más propositivo y empático –cuando no caritativo– en el debate mediático sobre temas tan dolorosos como el asesinato de mujeres, los abusos de toda índole, las violaciones, el abandono, etc.  Todo esto no con el afán de renunciar al necesario debate cultural con aquellos que tienen agenda contraria, sino buscando dimensionar la gran cantidad de posibilidades de comunicar que los medios ofrecen y que, sin dejar de lado la defensa de valores irrenunciables, podrían significar un mejor escenario periodístico para la familia en los siguientes años.

 

Renato Sumaria Del Campo

Periodista. Director del Quincenario Encuentro.

 

[1] Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales. Aetatis Novae, 4. Roma 1992.

[2] McCombs y Shaw. The Agenda-Setting Function of Mass Media (1972).

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