27 de julio, 2023
Foto: Promperú
Por: Dr. Augusto Vera Béjar, director de la Orquesta Filarmónica Juvenil de la Universidad Católica San Pablo, músico y doctor en Ciencias Sociales.
Para algunas personas podría resultar sumamente extraño observar en una danza del altiplano la presencia de personajes de raza negra con evidentes exageraciones en sus rasgos físicos y conductuales y bailando al ritmo contagiante de las matracas y los bombos que recuerdan, en cierta forma, la música con contenido africano.
En realidad, los individuos de raza negra si bien no son originarios de Latinoamérica, tienen una presencia muy antigua en el continente. Paul Rivet, el autor de Los orígenes del hombre americano (1943) les da a los individuos melanesios (provenientes de las “islas de los negros”) un carácter de “elementos componentes de las características del hombre americano”. Para él la presencia del negro en nuestras latitudes es muy anterior al momento mismo de la llegada de los europeos, en el siglo XV, y estima, aportando pruebas al respecto, que los inmigrantes, llegados miles de años antes, se establecieron en el Darién (serranía colombiano-panameña), Venezuela, la costa del Perú y la baja Bolivia. Por otro lado, representaciones con características negroides se pueden hallar en diversas culturas americanas antiguas, tanto en la cerámica y otras manifestaciones artísticas. Destacan entre ellas huacos mochicas existentes en museos alemanes.
Con la caída del sistema agrario inca y la aparición de latifundios en la costa peruana, dedicados especialmente al cultivo de la caña de azúcar, vinieron también otro tipo de trabajadores esclavos traídos del África Occidental para realizar esa dura labor. Así llegaron también al altiplano andino esos negros esclavos para trabajar en las minas de plata que fueron muy productivas en la época de la conquista. Eran famosos, e hicieron ricas a varias familias españolas y criollas, los yacimientos de Potosí en la Cordillera Real de los Andes, en lo que hoy es la República de Bolivia y los de Laykakota, cerca de la ciudad de Puno, al que fueron trasladados, por orden del virrey Conde de Lemos, los habitantes del poblado de San Luis de Alba, que se habían sublevado en contra de las injusticias de los representantes de la corona española. Ellos sufrieron la destrucción de su poblado y la inundación de sus minas de plata.
Los pobladores del Alto Perú, descendientes de los Incas y de las antiguas culturas altiplánicas fueron especialmente duros al crear sus danzas y expresar en ellas su desprecio por los conquistadores españoles. El Machu-Tusoj, por ejemplo, es toda una caricatura del viejo verde español. Pero también expresaron su sentido del humor parodiando algunas de las costumbres de sus opresores como la danza de la Waca-waca que imita y se burla de las corridas de toros traídas por los españoles.
Esa curiosidad por los habitantes que no eran naturales entre ellos, condujo seguramente a tomar al negro, y su llamativo aspecto, para crear el personaje central de su danza que hoy se llama Morenada y que se practica por igual en territorio peruano y boliviano, dentro de lo que se conoce como la Meseta del Collao o Meseta del Titicaca.
Parte importante de muchas de esas danzas altiplánicas son la máscara, que representa personajes humanos o diabólicos, así como seres zoomorfos e imaginarios, y la vestimenta que incluye a menudo pedrería y finas telas. En la Morenada los individuos están lujosamente ataviados con vestidos bordados íntegramente con pedrería. La máscara destaca las características saltantes de las facciones negras: labios abultados, piel oscura, nariz chata y pelo ensortijado. El labio inferior está especialmente exagerado y su color rosado cuelga casi hasta llegar a la barbilla. En algunos casos se incluyen elementos que contribuyen a la exageración, como dientes de oro y enormes pipas. Todo ello le da al traje de la Morenada gran vistosidad.
Hace más de 40 años, exactamente en 1976, describí en un artículo juvenil, mi visión de esta danza tras observarla en las calles de la ciudad de Puno: “Los danzarines de la Morenada llevan en las manos enormes matracas que hacen sonar rítmicamente al compás de la melodía que está compuesta de tres partes: dos periodos en forma de antecedente y consecuente y una variación que está destinada a los instrumentos más graves de la banda de músicos. Al finalizar los tres temas musicales, los danzarines hacen girar en el aire sus matracas produciendo un ruido estridente que es acompañado por gritos con los que se dan ánimos para retomar la melodía. Esta danza, por la gran cantidad de participantes divididos en varios grupos, dentro de los que destacan los “morenos” que llevan las máscaras características (ya descritas), requiere de bandas muy numerosas, con gran cantidad de instrumentos de viento de metal, y de percusión entre los que destacan los bombos que muchas veces llegan a sumar hasta media docena”.
Es sabido que los hechos folclóricos tienen, dentro de sus características, la de ser plásticos, es decir que pueden cambiar su apariencia pero no su esencia. La Morenada de ayer posiblemente en sus trajes, coreografía, composición y aspecto general, no sea la misma de hoy pero su esencia siempre será la misma y su personaje principal: el negro del altiplano, seguirá danzando al ritmo de la música que no cambiará tampoco su esencia.
Hoy las comparsas han crecido mucho y su coreografía ha variado también, al igual que la vestimenta y la conformación del grupo que se ha enriquecido con nuevas figuras que atraen al público que asiste a sus presentaciones y a los turistas que los siguen por las calles sumándose, en muchos casos y sin invitación especial o ensayo previo, a la euforia general. La media docena de bombos de 1976 se ha convertido en más de 20 instrumentos de percusión debido a la necesidad de sonoridad para grupos que pasan fácilmente de los dos centenares de integrantes y ocupan un par de cuadras de las calles de la ciudad. Las bandas también se han hecho gigantescas y muchas veces tienen que dividirse en dos o tres partes para acompañar a los grupos en que se divide necesariamente la comparsa.
La música de la Morenada se ha independizado también y como consecuencia de la costumbre establecida a través de los años posteriores a mis observaciones de cantar mientras se baila, la música se ha convertido en toda una forma musical que derrocha melodía y ritmo y a menudo es incluida en medio de la música mayormente tropical que se baila en las discotecas.
Hoy La Morenada es patrimonio musical y cultural y forma parte importante de la identidad cultural de Perú, que celebra su día el 17 de octubre, y también de Bolivia. Su lugar natural son las calles por donde discurre cautivando con su ritmo en el compás de 2/4 y con sus melodías atractivas que ahora tienen letra y siempre se pueden cantar mientras se danza. Así, esos personajes de pelo ensortijado que llegaron en calidad de esclavos en la época de la colonia, han renacido en la cosmovisión andina y se han hecho infaltables en las fiestas, entre ellas la Virgen de la Candelaria que, con gran pompa, se celebran en los meses de febrero en Puno.
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