10 de agosto, 2020
Por definición la prudencia es una virtud que permite a la persona vivir según la verdad y el bien que se sigue de actuar de acuerdo a la realidad. La persona prudente es la que se ha habituado a hacer las cosas según la realidad. Podríamos decir que es un sinónimo de sensatez, sentido común o buen sentido para actuar. Por esa razón está formada por tres elementos fundamentales: los principios, el discernimiento y el imperio de la voluntad.
Sin principios verdaderos y buenos es imposible actuar según la realidad. Sin un discernimiento que nos oriente en la situación concreta que está ante nosotros, los principios se quedan en declaraciones líricas y vagas de una bondad más deseada que real. Con las dos cosas anteriores pero sin el imperio de la voluntad para llevarlas a cabo, todo se queda en un mero deseo infecundo que termina por volvernos cínicos y desesperanzados de poder actuar el bien en nuestras vidas.
Aplicada la prudencia a la realidad del matrimonio, podemos decir que más allá de los fundamentos de hacer el bien y evitar el mal, ser solidario con el prójimo y cuidar la vida en líneas generales, los principios específicos del matrimonio son: la unidad, la indisolubilidad, la fidelidad y la fecundidad.
El principio de la unidad es la base de todos los demás. El amor humano nace y crece sólo en la unidad de los cónyuges, fuera de esta tan especial unión y amistad de dos personas distintas que se dan una a la otra de forma recíproca y complementaria, el amor, específicamente el amor sexual, desaparece porque pierde su esencia de virtud y se hace falso, tóxico y posesivo. Para discernir si un matrimonio está viviendo la unidad que su realidad exige cabría preguntarnos:
¿Conozco bien a mi cónyuge? ¿Sé lo que le gusta y lo que le molesta? ¿Qué gustos o aficiones comparto con él? ¿Estoy dispuesto a renunciar a algunos de mis gustos individuales por mi cónyuge? ¿Veo el mundo desde sus ojos y lo comprendo? ¿Estoy de su lado? ¿Busco lo mejor para los dos? ¿Cuido a mi cónyuge? ¿Me importa lo que siente, piensa y hace? ¿Respeto su libertad y confío en mi cónyuge?
La indisolubilidad es la forma de la unidad, sin creer en una unidad indisoluble no hay forma de mantener el amor conyugal ni se le hace justicia a la dignidad de la persona. El discernimiento sobre la indisolubilidad se puede expresar en algunas preguntas:
¿Estoy dispuesto a cumplir mis promesas matrimoniales? ¿Medito sobre ellas con frecuencia? ¿Cuido la exclusividad de mi entrega? ¿Soy consciente de las cosas que pueden afectar la indisolubilidad de mi matrimonio?
La fidelidad es el tercer principio. Se trata del cumplimiento activo de los compromisos. Lamentablemente es frecuente ver que se insiste mucho más en el lado pasivo de la fidelidad. Se cree que basta con no traicionar, cuando en realidad, no ser responsable con el otro, no buscar su bien, no hacer lo que me toca en la relación son ya formas de traicionar la fidelidad.
Algunas preguntas de discernimiento: ¿Cuáles son mis compromisos? ¿Qué deberes se siguen de ellos? ¿Ayudo y comparto las cargas con mi cónyuge o lo dejo solo? ¿Busco ocasiones para que mi cónyuge se alegre? ¿Estoy atento a mi cónyuge?
El cuarto principio es la fecundidad. Veamos una breve nota sobre ella. Sobre la apertura a la vida que debe tener la vida sexual activa de la pareja hay mucho ya escrito y con bastante claridad: no hay ni unidad, ni indisolubilidad, ni fidelidad verdaderas si la vida sexual de la pareja se cierra a la vida. Estando muy clara esa parte del principio es muy importante entender que la vida sexual es un aspecto esencial de la fecundidad del matrimonio pero ni es el único, ni es el fundamento. La fecundidad es antes que nada el florecimiento de las personas que se hacen cónyuges. El matrimonio es necesariamente fecundo y no sólo en la procreación de los hijos (a veces no se tienen) sino en la bondad, la compasión, la ayuda mutua y a los demás. Sin todo lo que implica hacer de la propia vida algo fecundo y noble, la procreación de los hijos no expresa fecundidad verdadera sino compulsión y no rara vez abandono y tristeza en ellos. Preguntas de discernimiento: ¿Estoy dispuesto a dar la vida por mi familia? ¿Sé que esa entrega implica, más que un acto heroico, hacerlo día a día? ¿Cuido mi vida sexual como expresión de amor, ternura y libertad con mi cónyuge?
Finalmente queda el tercer elemento de la prudencia: el imperio de la voluntad. No hay prudencia sin el ejercicio cotidiano de los actos que los principios inspiran y el discernimiento indica. Características del imperio de la voluntad: diligencia, concentración, valoración del acto, disposición a repetirlo. La diligencia es la inmediatez del cumplimiento, la concentración es la resistencia a dejar de lado lo decidido por distracciones en el camino, la valoración es la conciencia del bien hecho y finalmente la disposición es el estado interno que nos prepara para actuar de la misma manera en un caso parecido.
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