25 de marzo, 2021
El 16 de marzo de este año, Astor Piazzolla hubiera cumplido 100 años. A pesar de la pandemia, en todo el mundo grandes músicos le rinden tributo con interpretaciones y adaptaciones de sus obras. En Argentina, desafiándose a la angustia y la crisis producida por la enfermedad, se han multiplicado los homenajes, destacándose el que de manera gratuita se viene ofreciendo desde el Teatro Colón durante 13 días, cuya repercusión ha llegado a ser global gracias a su difusión en streaming. No por nada Piazzolla, a pesar de haber sido denostado en su tierra al iniciar su carrera, en la actualidad es considerado el músico más grande que ha nacido en los márgenes del Río de la Plata. Más allá de los homenajes –algunos de los cuales recuerdan aquellos pasajes bíblicos en los que fariseos levantan monumentales tumbas a los profetas cuyos padres habían asesinado– creemos que es necesario, siempre, escuchar a Astor Piazzolla.
Definir a Piazzola sin reiterar los elogios que se han cernido sobre este prodigio de la música, es simplemente imposible. Renovó el tango hasta hacer de su música algo más que tango, para despecho de los puristas que en la calle le gritaban “asesino” de este género. En este punto se hace inevitable recordar a Sábato en su “De Héroes y Tumbas” (1961) quien pondría en boca de sus personajes lo siguiente: «Capá que Piazzola y eso muchacho de ahora hacen algo importante, música seria, como lo valse de Estrau. No me aparto. Pero tango, lo que se dice tango, eso, pibe, te garanto que no e».
A estas alturas Piazzolla es más que tango y se ha constituido en un género propio. «Música de Buenos Aires» diría él al referirse a su obra. Y es una definición perfecta. Toda la nostalgia porteña y la peculiar decadencia de esa magnífica ciudad se destila en el bandoneón de Piazzolla. A mí se me hace imposible pensar en Buenos Aires sin recordar su música. Ella me acompañó la primera vez que la recorrí, aun cuando solo bramaba en mi memoria.
Se me hace inútil insistir en el panegírico. Me atreveré, luego, a repasar mi encuentro con este grande. Creo que la primera vez que escuché a Piazzolla tenía 11 años. Fue en el verano de 1995, al ver «Il Postino» con mi familia y quedar fascinado con su música. Mi tío César Alvarado se percató de ello, y al instante fue conmigo a una tienda en Miraflores a comprar un CD del mítico «Libertango», que escuché innumerables veces. Él me lo compró confesándome que era una de las favoritas de mi abuelo César, quien nos había dejado cuando era un niño.
Tiempo después estreché los lazos con quien sería mi mejor amigo, al descubrir su afición por Piazzolla y Tom Jobin, los más grandes músicos latinoamericanos del S. XX. En medio del ruido insulso que acompañó nuestra etapa escolar, teníamos un remanso en las veladas que compartimos escuchando sus cassettes regrabables. Era un secreto, uno de los mejores, de los que sellan las amistades eternas. Luego vendría mi experiencia por Baires, redescubriendo lo que intuí en su música. Y qué decir de las amistades de por allá, por quien descubriría la magistral Operita «María de Buenos Aires», cuya letra –escrita por Horacio Ferrer– cambió mi perspectiva sobre la poesía.
Sería interesante detenerme en la influencia que ha tenido la obra de Piazzolla en la música contemporánea, o en su peculiar vida dedicada a la música, no exenta de polémica a causa de una personalidad tan rígida como su vocación. Pero dejemos que a ello se dediquen los más entendidos y capaces. Considero que el mejor homenaje es el testimonio y una invitación, dirigida a los muchos jóvenes que aún no tienen el placer de haber escuchado a Piazzolla. A quienes gustan del rock argentino, recuerden que no habría podido existir un Charlie García, un Spinetta, un Aznar, un Fito Paez, si antes no existía un Astor Piazzolla. Espero que sea tan gratificante para todos ustedes, como ha sido para mí, escuchar a este astro. Como ha sido para mí recordar amigos, anhelos, lecturas y amores a través de estas líneas y, sobre todo, de su música. Solo tengo un único reparo con respecto a este pequeño artículo. Pensándolo mejor, su título no el más acertado, ya que genios como Piazzolla no mueren nunca.
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