09 de agosto, 2023
Foto: Andina
Cuando les dices a tus padres que quieres ser maestro, no necesariamente encuentras en ellos ese rostro de alegría que produce un “quiero ser doctor” o “quiero ser ingeniero”. Es comprensible. La carrera docente es de las menos apreciadas en este momento, aunque, paradójicamente, resulte una de las más gravitantes en el país. En tal sentido, ¿qué motiva a un estudiante a tomar la decisión de ser maestro, sabiendo que es una carrera llena de desafíos e inconvenientes, y que muchas veces no recibe el debido reconocimiento?
La respuesta es clara: es una profesión que trasciende y pone a flor de piel la generosidad de un corazón preparado para entregarse en la tarea de educar. La carrera docente es la base para las futuras generaciones y esto no es un eslogan, es una realidad.
No hay maestro que no recuerde ese primer contacto con su aula, el cariño que generó el estar al lado de esos niños o jóvenes, a pesar de que muchas veces nos ponen en situaciones difíciles y nos hacen dudar de nuestra vocación —quién, ante un aula llena de revoltosos no se ha preguntado “¿qué hago aquí?”—.
Pero junto con las innumerables anécdotas que nos deja el salón de clases, uno también acumula vivencias a través de la constatación del entorno en el que enseñamos. En efecto, hoy, la labor del maestro se hace más determinante en vista de la dura realidad que nos plantea una sociedad desestructurada que genera crisis familiares por doquier.
Todos estos desafíos, lejos de desalentarnos, hacen más apasionante nuestra profesión. El día a día nos pone retos muy grandes que debemos enfrentar y aprender a superar, de esta manera, la gratificación máxima radica en el avance diario de nuestros estudiantes, en los pequeños logros —y no en resultados espectaculares—, en ayudarlos a crecer y a prepararse para la vida, y ser personas solidarias que piensen en el bien común.
El papa Francisco dejó este mensaje a los maestros: “El sol no se apaga durante la noche, se nos oculta por un tiempo por encontrarnos al otro lado, pero no deja de dar su luz y su calor. El docente es como el sol. Muchos no ven su trabajo constante, porque sus miras están en otras cosas, pero no deja de irradiar luz y calor a los educandos, aunque únicamente sabrán apreciarlo aquellos que se dignen ‘girarse’ hacia su influjo”.
Es así, maestros, que no deben desanimarse ante las dificultades del día, sino tomar empuje y empoderarse. El futuro de muchísimos niños y jóvenes está en nuestras manos. Debemos estar agradecidos de tener una vocación que nos permita ayudar al otro, impactar en la vida de los niños, en las familias, en la comunidad.
Influenciar positivamente algunas realidades y romper esquemas permite ser parte del cambio desde nuestra institución educativa, haciendo las cosas con alegría y mucho corazón, aprovechando cada oportunidad que se nos presenta para involucrar también las emociones. El conocer, querer y tratar como persona a cada uno de nuestros estudiantes contribuye a formar niños y jóvenes más humanizados y solidarios, involucrados con el cambio.
En el mes del maestro, les deseo un hermoso día. Disfruten a sus estudiantes y piensen en la satisfacción tan grande que implica el educar.
Quisiera terminar planteando una interrogante a los padres, los alumnos y los propios maestros: ¿le han agradecido alguna vez a un maestro su tiempo, esfuerzo e interés?, ¿le han enviado alguna nota o mensaje por lo que hizo por ustedes o por algún miembro de su familia? Esos detalles son los que motivan a un estudiante a tomar la decisión de ser maestro.
*Artículo publicado el el Quincenario Encuentro del 1 de julio de 2019.
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