10 de agosto, 2023
La capacidad creativa de la ingeniería ha producido un gran desarrollo tecnológico en el mundo. Esto, a su vez, ha permitido el surgimiento de diversas industrias y productos que han mejorado en muchos aspectos la vida de las personas. Sin embargo, algunos de estos avances han traído consigo un nivel preocupante de contaminación ambiental.
Por otro lado, el desarrollo industrial desigual ha significado el surgimiento de brechas sociales manifestadas en el crecimiento de unas regiones y el atraso otras. En nuestro país tenemos claros ejemplos de atraso en Cajamarca y Apurímac; y en Arequipa —la región más pujante del país después de Lima—, los casos de Puica, Tolconi y Huaynacotas, zonas cuyos habitantes padecen porque sus necesidades básicas no son atendidas.
La problemática ambiental y social antes descrita debe ser atendida, y quienes nos dedicamos a la formación de los futuros ingenieros industriales tenemos que contribuir en ello, entre otras cosas, porque la falta de tranquilidad social y bienestar de las personas pone en peligro el futuro de la misma ingeniería. De nada sirve que la ciencia y tecnología nos lleven hasta Plutón si las necesidades básicas de las personas de nuestro planeta no son atendidas y el medio en el que vivimos se destruye día a día.
Es necesario, por tanto, formar ingenieros con responsabilidad social y ambiental, cercanos a la realidad y enterados de la problemática del contexto en el que trabajarán. Ello se logra promoviendo un aprendizaje experiencial, o en palabras más simples, formando un “laboratorio vivo» donde el alumno se acostumbre a trabajar con datos reales del entorno que lo rodea.
Esta consciencia ambiental y social se gana con una aproximación a la realidad desde las humanidades. Son ellas las que nos ayudarán a forjar un entendimiento claro de que la persona humana es el centro de la creación, y que es vital mantener su bienestar y el medio que la rodea (naturaleza).
¿Cómo se hace realidad lo anterior? Con la decisión de generar planes de estudio que permitan la integración de los saberes como base para que los alumnos aprendan a analizar problemas complejos de ingeniería, planteando soluciones creativas e innovadoras. De esa manera, cuando el estudiante egrese, no tendrá mayor dificultad en insertarse en el campo laboral, ya sea trabajando para alguien o formando su propia empresa, pues está acostumbrado desde su formación a aprovechar oportunidades de mejora con una visión integral de la realidad.
Otro factor muy importante y necesario para hacer realidad este “laboratorio vivo” es formar alianzas con instituciones de gobierno, la empresa y otras universidades, estableciendo mecanismos para que sea posible la transferencia de conocimiento y de tecnología.
En este contexto, las universidades están llamadas a combinar recursos para potenciar la formación y la investigación a fin de proyectarse y contribuir con el desarrollo de la región donde se desarrollan. La idea es establecer relaciones donde todos ganen.
Es hora de hacer alianzas y generar sinergias por el bien del desarrollo integral para formar los ingenieros que nuestra sociedad necesita: competentes, innovadores, responsables con su entorno social y el medio ambiente, y capaces de aportar de manera sustentable con la generación de riqueza interna desde los diferentes sectores productivos de su región.
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