09 de agosto, 2023
Foto: RPP
Cotidianamente escuchamos frases como “todos los políticos son corruptos”. La pregunta es ¿En qué momento se corrompieron?, ¿De dónde vienen o es que aparecen repentinamente en la vida pública? Ellos no salen de los árboles o nacen viejos y corruptos. Vienen de las universidades, a las universidades llegan de los colegios y a los colegios de los hogares. De este modo, los políticos de hoy son el fruto del trabajo de ayer y los políticos del mañana serán fruto del trabajo que se haga HOY en las universidades, los colegios y en las familias.
La educación moral culmina aproximadamente con la mayoría de edad, cuando se inicia la educación superior. Esto significa que los conocimientos y técnicas que se aprendan en la universidad tendrán su cimiento en la base moral recibida antes. Esto no significa una predestinación al bien o mal, pero sí indica la necesidad de que en las universidades eduquen en virtudes, porque con ello se puede regenerar un código ético, tan falto y necesario en la política actual.
La vida humana tiene sus ciclos y la primaria y secundaria tienen un rol fundamental en la educación moral los futuros adultos. Sería interesantísimo imaginar a los políticos más terribles de ahora en su más tierna infancia. O consultar a sus profesores de colegio: “Si hubieras sabido que se convertiría en quien dirigiera el destino del país, ¿no le habrías educado con más atención cariño e ímpetu?”
Volvemos a la misma reflexión: los escolares tampoco surgen de la nada, sino que cada día llegan de su casa, y por eso es un derecho de los padres elegir la educación de sus hijos menores, porque los colegios son instrumentos al servicio de la familia, una ayuda y no una imposición ideológica. Sin embargo, aun en los contextos más hostiles, una familia fuerte puede transmitir verdades y principios para el buen desarrollo moral de sus hijos. Y al revés, una familia en la que no se convive con la virtud tendrá el poder de desarmar incluso el ambiente más propicio.
El hecho es que no sirve de nada quejarnos de la probidad de nuestros actuales políticos, si no estamos trabajando por asegurar una promoción que pueda regenerar la política en el futuro. ¿Y si resulta que tu hijo va a ser presidente de la República? Habrá que educarle para ello, como se hacía en la monarquía, en conocimientos y técnicas, pero sobre todo en la verdad y la virtud. Si no educamos ahora a los que al crecer serán políticos, será imposible pensar en un cambio real, y una generación después seguiremos quejándonos y diciendo que en la política son todos unos corruptos.
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