21 de abril, 2023
La compañía especialista en seguros automovilísticos (Compare The Market) dio a conocer un ranking de los mejores conductores del mundo. En esa medición, Perú quedó en el penúltimo lugar. Es decir, es el segundo país con más malos conductores en el mundo. Perú, seguramente, no debe ser rentable para el mercado de los seguros. Ya lo indica también la enorme dificultad para activar el seguro (salvo que tengas un amigo) y las primas cada vez más altas.
Para elaborar el ranking se evaluó índices de tráfico, la calidad de las vías, los límites de velocidad, los índices de alcoholemia y muertes causadas en accidentes automovilísticos, las reacciones en redes y, probablemente, aunque quizá no se mencione, la cantidad de dinero que deben desembolsar por el número elevado de siniestros.
Muchos noticieros hicieron eco del informe, contaron anécdotas, descargaron sus penas, presentaron datos y en algún caso pidieron a la población mejorar su actitud al manejar. Estuve esperando pacientemente que a alguien se le ocurriera dar una explicación de carácter más –digámoslo en nuestros términos– filosófico del problema. Es decir, que alguien se atreviera a dar algún por qué. En el fondo, porque si no encontramos las causas, lejos estamos de mejorar.
Estuve preguntando a varias personas por qué consideran que en el Perú se maneja mal. Las tres razones más importantes que escuché fueron: falta de mano dura por parte de las autoridades, viveza criolla y egoísmo. No me encuentro completamente convencido de que estos argumentos sean la raíz del asunto, pero en mi opinión, quizá nos puedan ayudar a indicarlo.
Es decir, es verdad que las autoridades son flojas y fácilmente corrompibles. Están acostumbradas a ser burladas y sólo ponen multas cuando deben “hacer su feria”. También es verdad que la criollada típica del país se impone en la calle. Sí, la forma es sumamente rudimentaria, como los leones, los cocodrilos o las hienas en la selva, en el tráfico se sobrevive imponiendo la fuerza y depredando al más débil. Por último, el egoísmo. Cada uno busca lograr su fin sin que importen los demás.
Creo que estos tres elementos señalan el núcleo del asunto: la violencia de la calle, expresa el sufrimiento interior de un pueblo que se siente aminorado y que intenta mostrar su dignidad por la fuerza. Se trata de algo sumamente trágico, pues considero que los peruanos son gente noble y amable. Veo corazones humildes y generosos por doquier. Pero, cuando suben al auto, se transforman. Algo análogo a lo que sucede cuando asumen el poder, tienen un poco de éxito o se sumergen en la masa. Esos corazones, incluso de los que se consideran más cultos, tienen muchos dolores que truecan la nobleza en tiranía.
Dado que el automóvil se ha convertido en una manifestación de progreso, se le experimenta como un principio de autoridad. Por eso, los carros más grandes mandan sobre los más pequeños. Los que tienen seguro son más temerarios y los “malos conductores” o “aprendices” cometen imprudencias a manos llenas, dado que consideran que es la única manera de sobrevivir en un ambiente violento.
Una vez que subes al automóvil se pierde la mirada personal. Todos son como “objetos” en un mundo en el que sobrevive el más fuerte. Ya se está acostumbrado a esa guerra. Por eso, lo que en otro país sería una agresión que se puede pagar con la vida, aquí termina con un par de malas palabras y manotazos al aire. Esto se hace evidente cuando se pide paso. No sirven las direccionales, la calle sólo responde a la mano humilde que pide paso o a los ojos que piden auxilio. Esto es muy revelador, todos evitan mirar a los ojos porque si te ven mientras pides paso, entonces, no tienen más remedio que dejar pasar, incluso con amabilidad. Lo que creo que pasa es que la mirada restablece la condición personal. Ven que eres de carne y hueso, que no hay maldad ni viveza en el querer pasar, sino simplemente querer seguir adelante como todos.
En el fondo, creo que en el Perú se maneja mal porque la nobleza de la gente esconde su rostro por temor a ser pisoteado. Es un país amable que se siente aminorado y que descarga todos sus rencores cuando tiene un poco de poder. Por eso, no cree en la ley, sino que tiene una relación conflictiva con ella. Habrá que volver también la mirada hacia la relación con la ley. La formalidad tiene una enorme bondad a pesar de que pensemos que nos roba un poco de libertad.
La solución. Sin duda mejorar las estructuras viales, educar humana y vialmente a la población. Que haya que estudiar mucho para sacar el brevete y que cuando no sea la responsabilidad que nace de la libertad, la autoridad sea incorruptible e implacable. Pero, sobre todo, reestablecer la nobleza del Perú.
No sé si es pedirle mucho a la calle o al Perú. Pero, estoy seguro de que, si no vemos al otro como el hermano que es, entonces, no mejorará ni el tráfico ni el país. Si queremos menos tráfico, accidentes, imprudencias y cánceres producidos por el estrés y el mal humor, debemos empezar por volver a pensar que en la calle todos somos del mismo equipo.
Es difícil, sí. Pero, si no empezamos a cambiar la cultura del “sálvese quien pueda” o que “prevalezca el más fuerte” antes de ser mejores y más humanos, seguiremos viviendo en la miseria y en el caos. En otras palabras, seguiremos siendo siempre los primeros del ranking, pero al revés.
Juan David Quiceno, filósofo y profesor del Departamento de Humanidades de la UCSP.
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