La imagen de dos esposos rebosantes de alegría compartiendo de la misma copa, es una imagen bastante simbólica; bebemos de un cáliz con alegría y orgullo, soñando con un amor de cuento, sin tener la conciencia de todo lo que la vida de casados nos depara. Cuantas veces en el camino elevaremos los ojos al cielo pidiendo a Dios que nos libre de aquel cáliz del que bebimos con tanta ilusión.
La vida matrimonial es un camino lleno de retos. Algunos generan emociones de felicidad inimaginables como el proceso de la llegada de un hijo. Otros pueden llenar de angustia y frustración. Y, puede que suceda todo esto al mismo tiempo.
Conocer de qué se trata el matrimonio ciertamente no nos garantizará una vida de cuento, pero es innegable que “cuánto mejor se conozca el matrimonio, mejor se conocerán sus exigencias y se vivirán más responsablemente”[1], confiando en que la gracia de Dios sea la primera ayuda y gran compañía en el camino nupcial.
El Papa Francisco nos recuerda que “existe un deber de acompañar con responsabilidad a quienes expresan la intención de unirse en matrimonio, para que sean preservados de los traumas de la separación y no pierdan nunca la fe en el amor[2]
Muchas parejas, a pesar de haber recurrido a un profesional, de haberle dedicado tiempo y esfuerzo no han logrado permanecer juntos por distintas razones, cada una de ellas respetable. Pienso, sin embargo, que un factor que hay que mirar con detenimiento es la incapacidad de pedir ayuda a tiempo. En la vida le ponemos mucho empeño a adquirir distintas habilidades que nos garanticen el éxito, pero le dedicamos muy poco esfuerzo a aprender a pedir ayuda, menos aún a pedir ayuda en el momento indicado y a la persona adecuada. Lejos de ser un acto de debilidad, pedir ayuda implica una gran dosis de coraje y sano amor propio.
Dejándose acompañar
Cuando escuchamos acompañamiento familiar, consejería, terapia de pareja, etc. no es raro que los juicios nos ganen y consideremos estas instancias reservadas solo para problemas graves. Bajo estas ideas, la ayuda suele llegar cuando la dificultad es casi insostenible, como lo he mencionado líneas arriba. Si bien la caridad lo puede todo, la fragilidad humana acompañada de la falta de fe es muy dura de sobrellevar.
Una regla de vida dice que, si queremos llegar lejos, es mejor hacerlo acompañado. Es duro caminar solos, más aún si se trata del matrimonio donde el conflicto es parte natural de la convivencia, porque somos dos misterios que se encuentran en un proyecto de vida único e irrepetible.
Aspirar a una sana convivencia no debería ser aspirar a evitar el conflicto a cualquier costo. Una sana convivencia tendría que estar relacionada con la manera en que enfrentamos y resolvemos el conflicto, y como este nos permite crecer como persona e incluso fortalecer el matrimonio.
Aprendiendo a darse cuenta
Acompañar y dejarnos acompañar no significa vivir en dependencia. Significa tener conciencia de que ni lo sé todo, ni lo puedo todo. El acompañamiento matrimonial implica también escoger a quien pido ayuda para que nos acompañe, tiene que ser una persona que esté adecuadamente preparada, que tenga experiencia, vocación de servicio, que además comparta mis valores, mi fe (o por lo menos los respete) y que tenga el genuino interés de ayudarme en mi proceso de crecer en el amor.
Aceptar la compañía de otro es aceptar mi propia vulnerabilidad. Un gran punto de partida para poder enfrentar cualquier situación y disponernos a crecer. Al mostrarme vulnerable estoy dando la oportunidad a que me amen tal y como soy.
¿Quién nos acompaña?
Hay muchas instancias de compañía, no solo la de un profesional. La compañía de la propia pareja debería ser la primera. Cuantas veces he visto parejas que individualmente se sienten tan solos. Dejarse acompañar y acompañar a aquel que he elegido amar y respetar para toda la vida, en las buenas y en las malas es un mandamiento de amor.
No estamos juntos para dividir el trabajo y las responsabilidades del hogar 50-50. Escogimos libremente caminar juntos, el uno al lado del otro, para incluso cargar el cien por ciento cuando el otro se encuentre abatido y le sea imposible levantarse y necesite que lo lleve a cuestas.
La familia, también, es la compañía que por naturaleza deberían encontrar los recién casados. Los padres, los abuelos, con tanta sabiduría encerrada en sus historias que, lejos de ser perfectas, son una fuente enorme de conocimiento sobre el amor. Acompañar implica hacerle conocer al otro que es amado infinitamente y que vale la pena el esfuerzo. Qué lugar más hermoso para aprender a dejarse acompañar que en la familia.
Los amigos también serán fuente hermosa de compañía, consejo y descanso. Los buenos amigos son aquellos que saben que amar al otro es querer su bien genuinamente. Un buen amigo siempre tendrá el coraje de corregir fraternalmente y mostrar la verdad incluso cuando el otro elija querer permanecer ciego.
La compañía del espíritu
Los matrimonios amigos, que se reúnen para crecer en la fe, para compartir experiencias (con pudor y resguardo de la intimidad) empiezan a convertirse en amigos en el espíritu donde se vive en comunidad. El consejo oportuno, la frecuencia de los sacramentos, la oración constante, qué fortuna tener un amigo y además, sacerdote.
Dejémonos acompañar, desde temprano, antes que los conflictos aparezcan. Aceptemos nuestra fragilidad y vulnerabilidad para que el amor mismo entre. Cristo que permanentemente se hace el encontradizo, así como en Emaús, se vale de todas estas instancias para caminar a nuestro lado. Se vale de nuestro/a esposo/a, del terapeuta, de nuestra familia, de nuestros amigos, de nuestros pastores, incluso de nuestros hijos (que también acompañan, permitamos que carguen sus pequeñas cruces)
Jesús acompaña y no abandona, derrama gracia en este camino de crecimiento constante y de amistad profunda con el Dios que no es un Dios solitario, que es un Dios que es familia que nos recuerda a través de muchos que estará con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” [3]. Que esta compañía sea la escuela que nos permita día a día amar más y de mejor manera.
Artículo escrito por
Silvana Ramos Franco
Mg. Matrimonio y Familia (U. de Navarra – España)
Encargada de Matrimonio y Familia de los Colegios Villa Caritas y San Pedro Lima – Perú
[1] J. HERVADA, “Diálogos sobre el amor y el matrimonio”, Eunsa, 2007, p.169
[2] S.S. FRANCISCO, “Itinerarios catecumentales para la vida matrimonial del Dicasterio de Laicos, Familia y Vida”, Vaticano, p. 2
[3] Mt 28,16-20
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