Mag. Andrés Felipe Torres Franco[2]
Introducción
Los últimos años la humanidad entera ha experimentado con mayor dramatismo los efectos de profundos cambios en la estructura y comportamiento de los sistemas ambientales, tanto a escala global como a escalas regionales. El último informe del Grupo Intergubernamental del Cambio Climático[3] sugiere que la temperatura promedio del planeta ha aumentado cerca de 4°C al respecto de los niveles preindustriales, mientras que el aumento en las concentraciones de CO2 y otros gases de efecto invernadero hacen poco probable que el calentamiento global sea sólo atribuible a razones naturales. De acuerdo con importantes científicos, los límites planetarios relacionados con la pérdida de biodiversidad y alteración del ciclo del Nitrógeno ya han sido traspasados y no se conoce con exactitud los efectos de haberlos transgredidos. Muchas veces, son los más pobres quienes sufren los efectos de los cambios ambientales ante la indiferencia e ignorancia de muchos de los sectores más ricos.
En Arequipa la realidad parece no ser muy diferente. Las numerosas descargas de aguas residuales, especialmente los colectores de Alata y la quebrada Hañashuaico ocasionan impactos irremediables sobre el río Chili, que ya en la década de los ‘90 estuvieron relacionados con graves epidemias de cólera y que aún son uno de los grandes retos ambientales de la sociedad y sus gobernantes. Así mismo, reportes locales indican que no se cumplen en la ciudad los estándares de calidad de aire, superando incluso en un 50% los límites de material particulado como consecuencia del tráfico vehicular caracterizado por vías lentas producto de un escaso planeamiento urbano y escasa inversión en infraestructura pública, parque automotor antiguo y ausencia de un sistema de transporte masivo. Sólo en la Avenida Del Ejército, más de 20 rutas distintas de combis cubren el mismo recorrido sobre una vía de sólo dos carriles por sentido.
Estos hechos conducen inevitablemente a reflexionar sobre el modelo de desarrollo que se encuentra en la raíz de estos efectos. Hasta ahora, ningún modelo económico ha demostrado una real sostenibilidad social y ambiental. En muchos lugares, el desarrollo económico no ha logrado generar bienestar social, sea por la prevalencia de condiciones de pobreza extrema o por el deterioro humano en sociedades donde no hay necesidades materiales. Así mismo, el aumento de la desigualdad y de la brecha entre países desarrollados y no desarrollados parece ampliarse de manera progresiva.
La idea de desarrollo sostenible acuñada en las últimas décadas del siglo pasado representa un esfuerzo común de múltiples sectores en el panorama internacional por establecer criterios que ayuden a conciliar el desarrollo económico con la preservación del ambiente y el bienestar social general. La comisión Brundtland presentaría en 1987 la tradicional definición en la que se propone que el desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades del presente sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones. Sin embargo, la idea de desarrollo sostenible no trasciende el modelo consumista que se niega a cuestionar desde sus fundamentos mismos. La verdadera sostenibilidad requiere un cambio radical en la manera en la que se entiende a la persona humana y su vida en sociedad.
Contexto y propósito de “Laudato si’”
El Papa Francisco sale al encuentro de estas importantes cuestiones en su encíclica “Laudato si’”, en la que nos ofrece valiosas orientaciones al respecto del cuidado de nuestra “casa común”.
Algunas voces al interior y por fuera de la Iglesia han expresado críticas a este documento. Desde algunos ámbitos externos a la Iglesia, se denuncia que el Papa no cuenta con criterios científicos sobre el medio ambiente y por tanto, no debe hablar sobre el medio ambiente. Por otro lado, desde algunos ámbitos al interior de la Iglesia, se critica fuertemente el estilo coloquial del documento y su aparente lejanía con la enseñanza social de la Iglesia. Entonces es importante señalar que Francisco, no está lejos de la ciencia ni de la enseñanza social de la Iglesia. El Papa tiene formación universitaria en Química, lo que le permite entender con cierta familiaridad las características de muchos de los problemas ambientales que enfrenta el planeta. Al mismo tiempo, numerosas citas de documentos del magisterio de San Juan Pablo II y Benedicto XVI unen el documento al magisterio social católico, mientras que el estilo coloquial coloca al servicio de la comunidad mundial (en especial la no cristiana) sus proféticas reflexiones.
Sin embargo, “Laudato si’” no es un documento científico. Podría ser más conveniente considerar esta encíclica como un documento con un estilo profético que quiere hacerse escuchar, no solamente entre católicos, sino también por todas las personas de buena voluntad en el mundo que pueden encontrar en la crisis ambiental motivos para cuestionar sus valores y buscar nuevos. El hecho de que la encíclica mantenga un tono profético supone que apunta a transmitir un mensaje con un carácter profundamente espiritual y que busca en el lector católico y no católico la conversión de sus valores y formas de vida. Este es un estilo particular y necesita ser comprendido desde sí mismo.
Medio ambiente y persona humana
Quisiera retomar ahora los primeros tres capítulos de la encíclica. En el primero de ellos –“Lo que le está pasando a nuestras casa”–, Francisco toma argumentos que brotan de los mejores hallazgos del mundo científico de los últimos años y los presenta en un lenguaje coloquial que está impregnado de su propia preocupación frente a dicha realidad. La encíclica nos presenta un bello llamado que bien puede tomarse como ejemplo tanto de discurso científico como de lenguaje coloquial: “Es necesario invertir mucho más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros” [4].
“Todo está conectado” [5]. Esta es una idea que se repite numerosísimas veces a lo largo del documento y refleja una comprensión cristiana de la realidad. Dios Uno y Trino crea al hombre a su imagen y semejanza. Dios no es soledad, no es aislamiento. Dios son tres personas en un solo Dios, tres personas que se aman. Por eso Dios es Amor. La naturaleza lleva esa huella de Dios que se manifiesta en su estructura relacional. Hablar del mundo natural es hablar de sistemas vivos que se relacionan entre sí y que dependen los unos de los otros. Nada en la naturaleza está hecho para ser una realidad aislada, mucho menos el hombre que creado a imagen y semejanza, necesita amar y ser amado. Así mismo, la encíclica pone de manifiesto que el llamado del Creador al hombre para que sea administrador de su creación no puede desvincularse de la estructura óntica fundada sobre la imagen y semejanza inscrita por Dios en el corazón humano. Administrar debe ser un acto de amor, así como salir al encuentro de los demás seres humanos y fundamentalmente de Dios son también actos de amor que constituyen el propósito de la existencia humana.
Sin embargo, al dar la espalda a Dios el ser humano introdujo el pecado en la creación, y pecado no es otra cosa que ruptura en todos estos niveles de relación. La pérdida de biodiversidad, el cambio climático, la pobreza y la injusticia en las relaciones internacionales no son producto únicamente de un manejo perverso de los recursos ambientales o de la mano invisible del mercado. En el fondo, son manifestaciones del pecado y reflejan que la desorientación moral del hombre que prescinde de Dios no es solamente un problema privado, sino que tiene manifestaciones que afectan en conjunto al ambiente y a la sociedad.
El origen de la crisis
En el mundo posindustrial y posmoderno puede reconocerse una fisonomía particular de la realidad de pecado o ruptura introducida por el hombre. El Papa Francisco hace hincapié en los efectos de antropocentrismos desviados [6] que caracterizan nuestra visión de nosotros mismos seres humanos “posmodernos”. Señala el Santo Padre especialmente el problema de un paradigma tecnocrático y de un relativismo práctico globalizados [7]. Se trata de antropocentrismos que impiden al ser humano reconocer su lugar en la creación, que le hacen enfocarse únicamente en sí mismos y en su propio poder y por ende, aproximarse a la realidad con la lógica del “usar y tirar” que justifica que todo puede convertirse en desecho después que ha sido usado, incluyendo al medio ambiente y a los hermanos humanos.
La tecnocracia supone que quien tiene el conocimiento y la tecnología tiene el poder y lo usa para beneficiar intereses económicos privados y no en una auténtica búsqueda del bien común. Probablemente ningún lector sincero de la encíclica podrá entrever en estas afirmaciones un desconocimiento de la gran contribución al bienestar que hace la tecnología, sino una denuncia profética sobre los efectos de desvincularla de la imagen y la semejanza que apuntan al amor y suponen el bien común como principio orientador de toda la actividad humana.
Por esta misma razón, la cultura del relativismo es, según Francisco, la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de la otra y tratarla como mero objeto . Lo que está de fondo es que todo se vuelve irrelevante para el hombre relativista si no sirve a sus propios intereses inmediatos. Se trata de la misma lógica que justifica el tráfico de órganos y el descarte de niños porque no responden al deseo de sus padres, así como de empresas que pretenden desarrollar actividades económicas violentando la integridad del ambiente o de las comunidades locales.
Conclusión: hacia una ecología integral
Francisco propone entonces una Ecología Integral[8] unida de manera inseparable al principio del bien común. Un cuidado auténtico del medio ambiente supone actuaciones justas en términos sociales y económicos y supone una profunda y renovada conversión interior [9], que se trata de reconciliación de las relaciones rotas. Esta conversión sucede a través del reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar.
Para Francisco, la conversión y el restablecimiento en la conciencia humana de la estructura relacional del mundo y de sí mismo es la clave para la solución de los problemas ambientales. Nuevas fuentes de energía[10], aprovechamiento sostenible de los recursos [11] y ciudades sostenibles que sean realmente espacios de encuentro y comunión [12] pueden lograrse si el ser humano es capaz de tener una mirada auténtica de sí mismo y del resto de la creación en la que el bien común[13] prevalezca en todas sus relaciones y no sea oscurecido por una búsqueda desenfrenada del tener, del poder y del placer.
Finalmente, el título “Laudato si’” proviene del cántico que San Francisco de Asís elevó al Creador reconociendo en la luna, el sol y las estrellas hermanas y hermanos que junto con el ser humano manifiestan la belleza, bondad e inteligencia de la obra de Dios [14]. Cualquiera que lea la encíclica seguramente tomará este testimonio como un valor en el que se puede afirmar la vida de las personas y las culturas.
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[1] Ponencia presentada en el Conversatorio Multidisciplinario sobre la Encíclica Laudato si’, organizado por el Centro de Pensamiento Social Católico, realizado el día 26 de agosto de 2015, en la Universidad Católica San Pablo.
[2] Docente investigador y coordinador de proyectos del Instituto de Energía y Medio Ambiente de la Universidad Católica San Pablo. Magíster en Ingeniería Sanitaria y Ambiental e Ingeniero Sanitario de la Universidad del Valle (Colombia) y diplomado en Gestión del Agua por California State University, Fundación Chile y Gerens.
[3] Grupo Intergubernamental del Cambio Climático, Quinto Informe de Evaluación. Recuperado el 22/09/2015 de http://www.ipcc.ch/home_languages_main_spanish.shtml
[3] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 21, 22 y 168.
[2] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 42.
[3] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 16, 91, 117, 138 y 240.
[4] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 69, 115, 118, 119 y 122.
[5] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 101, 108, 109, 111, 112, 122 y 123.
[6] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 123.
[7] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 122.
[8] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 225 y 230.
[9] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 217-221.
[10] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 26.
[11] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 140, 191 y 192.
[12] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 151.
[13] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 156-159.
[14] Francisco, Carta enc. Laudato si’, 1.
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