Centro de Liderazgo   Para el Desarrollo
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LIDERAZGO POLÍTICO

Se me ha pedido un artículo con este título. Lo primero que me viene a la mente es decir que no existe liderazgo que no sea político ni política auténtica que no sea un ejercicio de liderazgo. Por eso es que intentaré precisar ambos términos y reflexionar sobre su intrínseca relación.

1. El liderazgo como influencia

Cuando hablamos de liderazgo nos referimos básicamente a la capacidad de influir en nuestro entorno que tenemos las personas. Y como las personas compartimos una misma naturaleza, justamente ser personas, y al mismo tiempo, lo personal es único e irrepetible, nuestra capacidad de influencia tendrá varias características comunes y varias que son propias de cada persona en particular, según su historia, sus propias experiencias, capacidades y talentos y que cada persona está en la obligación de descubrir y cultivar al servicio de los demás.

Lo general es que el liderazgo es una influencia que cambia de una u otra manera las formas de ver el mundo y las actitudes de los que nos rodean. Pienso particularmente que este ejercicio requiere de una gran responsabilidad personal que nos invita a buscar el bien y la verdad, de lo contrario el poder de influencia que tenemos se puede convertir en algo muy tóxico para nosotros mismos y para los demás. La historia humana está plagada de líderes que se corrompieron y generaron grandes desastres en la sociedad.

Lo particular es que existen casi tantos tipos de liderazgo como personas. Como es imposible describir el liderazgo de cada persona singular, podemos distinguir ciertos tipos de influencia según diversas características. Hagámoslo con un breve esquema con la consciencia de que todo esquema tiene la ventaja de la claridad y el peligro de la reducción.

Un primer eje podríamos tenderlo entre dos extremos de la acción humana: la acción hacia afuera (que llamamos simplemente acción) y la acción hacia dentro (que llamamos contemplación). Según este eje tendremos líderes más activos o más contemplativos. Los primeros se preguntan cómo hacer sin reparar demasiado en el qué hacer y los segundos lo hacen al revés, se preguntan primero qué hacer y dejan en segundo lugar el cómo hacerlo.

Un segundo eje tiene que ver con el tono emocional del líder. Un extremo es el tono racional de la emoción y el segundo, aunque suene tautológico, sería el tono emocional de la emoción. Se trata de los motivos que más nos atraen. En el caso del extremo racional el líder se mueve por razones lo más claras y distintas que se pueda; en el extremo emocional las razones (que no dejan de serlo) son más bien intuitivas, parecen inconexas pero no lo son, tienen una conexión interna que no se puede ver con la claridad y distinción del otro extremo pero ciertamente existen. El primer extremo motiva por el orden y la certeza, el segundo, por la incertidumbre y la aventura que reclama la imaginación y la creatividad.

Los extremos de los ejes son necesariamente complementarios. La razón requiere de la emoción y la acción de la contemplación; y viceversa. Si cruzamos los dos ejes tendremos cuatro tipos de líder: racional contemplativo, racional activo, emocional contemplativo y emocional activo. Es importante entender que estos cuatro tipos no reducen ni determinan a la persona. Todos tenemos los cuatro cuadrantes, pero suele haber uno de ellos que predomina.

Es interesante confrontarse con estos ejes para conocer el tipo de liderazgo que uno tiene, es decir, el tipo de influencia que uno ejerce sobre los demás y así optimizar las capacidades que en cada cuadrante se encuentran y buscar el complemento que el propio liderazgo requiere porque, como es de sentido común, no existe un líder cuerdo que crea que puede hacerlo todo o que es capaz en todo. Todo liderazgo es también, el ejercicio de autoridad que es capaz de convocar equipos de cara a una finalidad buena y verdadera.

2. Política: el arte del buen gobierno

Cuando hablamos de política se hace necesario en primer lugar limpiar un poco el panorama y volver al noble origen de esta palabra. La política es el arte del buen gobierno, es decir, la búsqueda del bien común para todos los ciudadanos. De allí su nombre, derivado de polis, ciudad. Es en realidad un ejercicio del amor, la más grande de las virtudes morales, la que concentra la moral entera. No interesa aquí referirme a cómo ocurrió que de esa aproximación clásica, clara y sensata, se pasó a este juego infame de cálculos, refinados o no, que más parece una escuela de corrupción o una guerra de mafias que un servicio al país.

Hay muchas maneras de explicar esa historia, desde la filosofía y su mutación a pensamiento político con su lista de nombres, ideas y complejidades (Vico, Lutero, Descartes, Rousseau, Machiavello, Hobbes, Hume, etc., etc.) hasta la simple corrupción pragmática del hombre de la calle o del campo, la intoxicación paulatina pero constante de lo que hoy se llama electorado, un nombre medianamente elegante para ese amasijo de “ciudadanos plebiscitarios” que se compra con promesas y fideos mientras se lo aturde con un circo mediático cada vez más bajo, barato, irresponsable y estúpido.

Para ejercer el liderazgo político, hay que beber de las fuentes y usar otros medios. Hay que apostar por la inteligencia y la bondad. Lo sé: el “hay que” no alcanza pero es indispensable tenerlo claro, y tenerlo claro siempre para que nada nos encarrile una vez más al mismo circo del que queremos salir. Es vital tener el amor como práctica y horizonte para hacer política. Como es obvio no hablamos de ninguna de sus caricaturas o deformaciones sino de la gran virtud de buscar el bien del otro encontrando en él el propio bien. Es decir, el bien común.

Con el ardor del amor en el corazón hay que estudiar y vivir estudiando nuestro querido país. No sólo la historia, no sólo la economía, no sólo las necesidades. Todo esto es indispensable pero no alcanza. Hay que estudiarlo como a la persona amada a la que se quiere sinceramente ayudar. Y desde ahí responder a las situaciones urgentes de la gente necesitada, a los problemas más graves como el de la seguridad y la corrupción pero sin dejar de mirar los tres problemas estructurales más importantes: educación, educación y educación.

Educación de nuestras élites académicas y empresariales para que dejen sus zonas de confort y su engreimiento autosuficiente y se pongan al servicio del país. Educación de la clase media para que eleve su mirada a un horizonte más alto que la casa propia y la comodidad. Educación de las clases populares para que vean su dignidad sin venderse, dejen la mendicidad a la que han sido reducidas y recuperen su profundo valor.

La primera educación nos daría un equilibrio de inversiones y diálogo que fomente el crecimiento de las personas en las zonas de influencia de las empresas y el estado. La segunda conectaría los extremos de la sociedad entre sí en la medida de su crecimiento y la salida de la pobreza extrema. La tercera nos convertiría en un modelo de crecimiento. Todo lo demás son medios, indispensables pero medios.

Lo sé, esto suena a “imagine”, la famosa canción de Lennon, a un fácil discurso sentimental. Me importa poco, yo sé bien lo que digo. Sé también que hay muchísimas preguntas indispensables que responder: ¿Quién daría esa educación? ¿Con qué gente contamos para hacer algo así? ¿Con qué recursos? ¿Cómo implementarla? ¿Existen modelos que hayan funcionado? ¿De verdad crees que con las taras culturales de nuestro país se puede siquiera comenzar? No le temo a ninguna pregunta porque creo que entre nosotros están todas las respuestas.

La política comienza en el corazón del líder, el liderazgo es necesariamente un ejercicio político.


Escrito por: Dr. Manuel Rodríguez Canales

Miembro del Human Capital Institute, USA. Especialista en liderazgo y consultor empresarial. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Católica de Santa María. Profesor principal e investigador de la Universidad Católica San Pablo.

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