De persona a persona
La educación es una realidad interpersonal —de persona a persona— y presidida necesariamente por el amor (que es la única actitud-acción válida en relación con las personas)
Y esto, que tiene vigencia en cualquier momento y circunstancia, se torna aún más imperativo e imprescindible cuando hablamos de educar en familia.
Igual que el diamante solo se pule con diamantes, la persona solo mejora y madura —y, por tanto, puede ser educada— a través del trato estrictamente personal.
Amar bien el bien
Toda la educación, pero más aún la tarea de educar en familia, gira en torno a un solo y muy radicalísimo principio —amar bien— y a los dos corolarios que de ahí se derivan:
La educación es una realidad interpersonal, de persona a persona, que ha de estar presidida siempre por el amor.
Los principios y la Clave para educar en familia
Lo primero que los padres necesitan para educar es un verdadero y real amor a sus hijos: querer sincera y eficazmente el auténtico bien de cada uno.
Para educar en familia son necesarios el amor real de los padres a sus hijos, que se concreta en tiempo e intimidad.
Lo primero que un hijo necesita para ser educado es que sus padres se quieran entre sí: aquello mismo que ha hecho que el hijo venga al mundo —el amor recíproco de sus padres— debe ser la causa de su desarrollo.
Si queremos que un hijo mejore, hay que aumentar el amor entre nosotros, los esposos.
Educar es enseñar a amar y a poner cualquier otro logro personal al servicio de ese amor. Transformar todo en amor: esa es la clave.
¡No olvidemos ni por un instante que al atardecer de sus existencias solo se les va a examinar del amor!
El resto será irrelevante.
Como consecuencia, todos los esfuerzos dirigidos a educar en familia a nuestros hijos han de surgir y encarnar el amor que les tenemos y encaminarse a hacer de ellos personas que saben querer.
Todos los esfuerzos por educar a nuestros hijos han de surgir del amor que les tenemos y encaminarse a hacer de ellos personas que saben querer.
Los padres educamos o deseducamos, ante todo, con el ejemplo. Esforzarse por ser cada día mejor persona es la más segura garantía de nuestra eficacia educativa.
Ante un ejemplo positivo de los padres, cualquier otro influjo palidece, incluso cuando todo parezca indicar lo contrario, y dejando siempre a salvo la libertad de los hijos.
El tiempo dedicado expresamente a ellos (y al cónyuge) nunca será tiempo perdido. Al contrario, en última instancia, constituye el único tiempo ganado, el único haber en la cuenta final de resultados.
Educar en familia se realiza fundamentalmente con el ejemplo y la coherencia de vida de los padres.
Resulta mucho más rentable y gratificante fomentar cualidades y virtudes que corregir defectos.
Por tanto, para educar en familia de la manera adecuada es preciso conocer, con nombre y apellidos, las fortalezas de cada hijo, centrar nuestra atención en ellas y poner entre paréntesis o en sordina sus imperfecciones y desaciertos.
Aunque nos cueste incluso entenderlo y nos resistamos a ponerlo por obra, para educar en familia de la manera adecuada hay que atender exclusivamente a las “fortalezas” de cada hijo.
Cualquier niño tiene necesidad de autoridad, aunque en apariencia se niegue a reconocerlo.
¡No le neguemos esa guía e intentemos que sea operativa!
Un ejercicio adecuado de la autoridad es imprescindible para educar en familia.
Las correcciones a nuestros hijos, más que limitar sus energías, deben encauzarlas y multiplicar así su eficacia, como ocurre con el agua bien canalizada.
Pero si hay que corregir, se corrige, ¡aunque duela! (duele al hijo, pero normalmente más al padre o la madre que tienen que corregir).
En la actualidad, la eficacia de educar en familia puede medirse por la capacidad de los padres para sufrir por hacer sufrir a quienes más quieren —sus hijos— siempre que sea imprescindible para estos.
Más que limitar la energía de los hijos, conviene saber darles el cauce adecuado para que se multiplique eficazmente.
Como los demás seres humanos, nuestros hijos solo crecerán humanamente con el alimento genuino de la verdad, la bondad y la belleza.
Para educarlos como es debido resulta imprescindible mostrar y transmitir, con la propia vida, la belleza y el atractivo hondamente humanos de la virtud alegre y serena, desenvuelta y sin complejos ni inhibiciones.
Nada más opuesto al dicho popular —simpático, pero tremenda y negativamente revelador— de que «todo lo bueno o es pecado o engorda».
Nuestros hijos, como cualquier ser humano, “se alimentan” de la verdad, la bondad y la belleza: gracias a ellas llegan a ser mejores personas.
Un amor equivocado, basado solo en los sentimientos, lleva a malcriar a los hijos.
Un no tan amable como inamovible es, en ocasiones, la mayor manifestación de amor.
Educar es mucho más que respetar la libertad: consiste en fomentarla positivamente, de acuerdo con la edad y circunstancias de cada hijo.
Enseñándoles a conocer su auténtica naturaleza y a administrarla como es debido, hemos de conceder a cada hijo, en cada momento, toda la libertad que sea capaz de gestionar, asumiendo consciente y libremente el riesgo que la libertad siempre lleva consigo.
Educa en la libertad quien ayuda a sus hijos a observar el conjunto de lo real, percibiendo y distinguiendo lo bueno, y los anima y ayuda a realizar ese bien, siempre por amor.
Hemos de conceder a cada hijo, en cada momento, toda la libertad que sea capaz de gestionar.
En última y definitiva instancia, educar a un hijo es poner los medios para que libremente emboque y recorra el camino que hará de él un interlocutor del amor divino ¡por toda la eternidad!
Nuestra tarea al educar en familia consiste en desaparecer en beneficio de cada hijo, excepto en la medida en que realmente le ayudemos a alcanzar su Fin.
Desaparecer en beneficio del hijo excepto en la medida en que le ayudemos a alcanzar su fin.
Enseñarles a tener en cuenta la acción insustituible de Dios puede componer la herencia de más valor que, en el conjunto de la educación, leguemos a nuestros hijos.
Como padres y educadores, nuestra tarea consiste en desaparecer, para que cada hijo pueda enrumbar el camino que lo dirige hacia Dios.
(Continuará)
Tomás Melendo Presidente de Edufamilia www.edufamilia.com tmelendo@uma.es
Revisa el artículo aquí: https://edufamilia.com/13-claves-para-educar-en-familia/
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