Instituto   para el Matrimonio y la Familia
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Instituto para el Matrimonio y la Familia

Los principios y la Clave para educar en familia

De persona a persona

La educación es una realidad interpersonal —de persona a persona— y presidida necesariamente por el amor (que es la única actitud-acción válida en relación con las personas)

Y esto, que tiene vigencia en cualquier momento y circunstancia, se torna aún más imperativo e imprescindible cuando hablamos de educar en familia.

  • Por eso los padres son los educadores natos e irremplazables, porque solo ellos aman de manera connatural a sus hijos y son amados por ellos.
  • Y quienes, por delegación y parcialmente, ocupen el lugar de los padres, han de ser siempre personas que quieran eficazmente a los niños y logren ser queridos por ellos.
  • Los restantes medios pueden ayudar (o desayudar), pero propiamente no educan.

Igual que el diamante solo se pule con diamantes,
la persona solo mejora y madura
—y, por tanto, puede ser educada—
a través del trato estrictamente personal.

 

Amar bien el bien

Toda la educación, pero más aún la tarea de educar en familia, gira en torno a un solo y muy radicalísimo principio —amar bien— y a los dos corolarios que de ahí se derivan:

  1. Aprender a amar, sin nunca suponer que es un arte que ya se domina.
  2. Y sin imaginar que cabe lograrlo sin un empeño constante por querer más y mejor.

La educación es una realidad interpersonal,
de persona a persona,
que ha de estar presidida siempre por el amor.

 

Los principios y la Clave para educar en familia

  1. Amor auténtico a cada hijo

Lo primero que los padres necesitan para educar es un verdadero y real amor a sus hijos: querer sincera y eficazmente el auténtico bien de cada uno.

        • Para procurar ese bien hay que dedicar a cada hijo el tiempo necesario, anteponiéndolo a cualquier otra actividad: el mayor enemigo de la educación son las impaciencias y las prisas.
        • Y, además de tiempo, intimidad.
        • Solo con tiempo e intimidad sabremos descubrir el bien de cada hijo y podremos ayudarle a conseguirlo.

 

Para educar en familia son necesarios
el amor real de los padres a sus hijos,
que se concreta en tiempo e intimidad.

 

  1. Amor recíproco de los padres

Lo primero que un hijo necesita para ser educado es que sus padres se quieran entre sí: aquello mismo que ha hecho que el hijo venga al mundo —el amor recíproco de sus padres— debe ser la causa de su desarrollo.

        • Por eso, si queremos que un hijo mejore, aumentemos nuestro amor recíproco como esposos.
        • Y por el mismo motivo, incluso cuando estemos a solas con nuestros hijos —con varios o con cada uno—, hemos de procurar entenderlos, quererlos y tratarlos también con la inteligencia, el corazón y el modo particular de ser de nuestro cónyuge.
        • No olvidemos que el matrimonio, justo como matrimonio —él y ella, ella y él—, es el fundamento y la raíz de los que dimanan toda la vida familiar.

 

Si queremos que un hijo mejore,
hay que aumentar el amor entre nosotros, los esposos.

 

  1. Enseñar a amar

Educar es enseñar a amar y a poner cualquier otro logro personal al servicio de ese amor. Transformar todo en amor: esa es la clave.

        • Nuestros hijos pueden y deben sentirse satisfechos por sus diversas conquistas individuales: académicas, artísticas, deportivas, sociales, profesionales…
        • Pero la auténtica felicidad deriva únicamente del desarrollo de su capacidad de amar, concretada en hechos.

¡No olvidemos ni por un instante que al atardecer de sus existencias solo se les va a examinar del amor!

El resto será irrelevante.

Como consecuencia, todos los esfuerzos dirigidos a educar en familia a nuestros hijos han de surgir y encarnar el amor que les tenemos y encaminarse a hacer de ellos personas que saben querer.

Todos los esfuerzos por educar a nuestros hijos
han de surgir del amor que les tenemos
y encaminarse a hacer de ellos personas que saben querer.

 

  1. La fuerza del ejemplo y la coherencia de vida

Los padres educamos o deseducamos, ante todo, con el ejemplo. Esforzarse por ser cada día mejor persona es la más segura garantía de nuestra eficacia educativa.

Ante un ejemplo positivo de los padres, cualquier otro influjo palidece, incluso cuando todo parezca indicar lo contrario, y dejando siempre a salvo la libertad de los hijos.

El tiempo dedicado expresamente a ellos (y al cónyuge) nunca será tiempo perdido. Al contrario, en última instancia, constituye el único tiempo ganado, el único haber en la cuenta final de resultados.

Educar en familia
se realiza fundamentalmente
con el ejemplo y la coherencia de vida de los padres.

 

  1. Prestar atención solo a lo positivo

Resulta mucho más rentable y gratificante fomentar cualidades y virtudes que corregir defectos.

Por tanto, para educar en familia de la manera adecuada es preciso conocer, con nombre y apellidos, las fortalezas de cada hijo, centrar nuestra atención en ellas y poner entre paréntesis o en sordina sus imperfecciones y desaciertos.

        • Educar es ver y querer a cada hijo, en cada momento, un poco mejor de lo que en realidad es.
        • No consiste solo ni principalmente en hacer que se sienta bien, en que esté contento, sino en poner los medios a nuestro alcance para ayudarle a ser bueno.

Aunque nos cueste incluso entenderlo y nos resistamos a ponerlo por obra,
para educar en familia de la manera adecuada
hay que atender exclusivamente a las “fortalezas” de cada hijo.

 

  1. El ejercicio de la autoridad

Cualquier niño tiene necesidad de autoridad, aunque en apariencia se niegue a reconocerlo.

¡No le neguemos esa guía e intentemos que sea operativa!

        • Para lograrlo, las normas que rigen la vida en el hogar han de ser muy pocas y muy fundamentales y nunca arbitrarias, dejando una absoluta libertad en lo opinable, que es casi todo.
        • Agrego ahora un principio tan eficaz como difícil de llevar a la práctica: antes de dar una orden o imponer un castigo, conviene pensar con calma si uno está en condiciones y del todo dispuesto a hacerlos cumplir.
        • Su complemento ineludible: la convicción transmitida al hijo de que nunca nos hará desistir de los mandatos impartidos simplifica hasta extremos insospechados nuestra actividad como educadores y, a la vez, ayuda a calmar las rabietas e incluso evita que se produzcan.

Un ejercicio adecuado de la autoridad
es imprescindible para educar en familia.

 

  1. Cauces, mejor que límites

Las correcciones a nuestros hijos, más que limitar sus energías, deben encauzarlas y multiplicar así su eficacia, como ocurre con el agua bien canalizada.

        • Nuestras reprensiones han de ser claras, concisas, concretas y no humillantes.
        • Conviene aprender a regañar de manera correcta, explícita y breve, evitando siempre las comparaciones con otros hermanos o amigos.

 

Pero si hay que corregir, se corrige, ¡aunque duela! (duele al hijo, pero normalmente más al padre o la madre que tienen que corregir).

En la actualidad, la eficacia de educar en familia puede medirse por la capacidad de los padres para sufrir por hacer sufrir a quienes más quieren —sus hijos— siempre que sea imprescindible para estos.

Más que limitar la energía de los hijos,
conviene saber darles el cauce adecuado
para que se multiplique eficazmente.

 

  1. Promover su excelencia personal

Como los demás seres humanos, nuestros hijos solo crecerán humanamente con el alimento genuino de la verdad, la bondad y la belleza.

Para educarlos como es debido resulta imprescindible mostrar y transmitir, con la propia vida, la belleza y el atractivo hondamente humanos de la virtud alegre y serena, desenvuelta y sin complejos ni inhibiciones.

Nada más opuesto al dicho popular —simpático, pero tremenda y negativamente revelador— de que «todo lo bueno o es pecado o engorda».

Nuestros hijos, como cualquier ser humano,
“se alimentan” de la verdad, la bondad y la belleza:
gracias a ellas llegan a ser mejores personas.

 

  1. Amor, no sentimentalismo

Un amor equivocado, basado solo en los sentimientos, lleva a malcriar a los hijos.

        • Hemos de aprender a amar, esforzarnos por hacer bien el bien, poniendo inteligencia y voluntad.
        • Es bueno para nuestros hijos lo que los ayuda a crecer como personas, lo que realmente los mejora, lo que los impulsa a amar más y mejor.
        • No confundamos su bien con sus caprichos: un no tan amable como inamovible es, en ocasiones, la mayor manifestación de amor.

Un no tan amable como inamovible
es, en ocasiones, la mayor manifestación de amor.

 

  1. Amor a la libertad, con sus inevitables y maravillosos riesgos

Educar es mucho más que respetar la libertad: consiste en fomentarla positivamente, de acuerdo con la edad y circunstancias de cada hijo.

Enseñándoles a conocer su auténtica naturaleza y a administrarla como es debido, hemos de conceder a cada hijo, en cada momento, toda la libertad que sea capaz de gestionar, asumiendo consciente y libremente el riesgo que la libertad siempre lleva consigo.

Educa en la libertad quien ayuda a sus hijos a observar el conjunto de lo real, percibiendo y distinguiendo lo bueno, y los anima y ayuda a realizar ese bien, siempre por amor.

Hemos de conceder a cada hijo, en cada momento,
toda la libertad que sea capaz de gestionar.

  1. Contar siempre con Dios

En última y definitiva instancia, educar a un hijo es poner los medios para que libremente emboque y recorra el camino que hará de él un interlocutor del amor divino ¡por toda la eternidad!

        • Nosotros no somos los protagonistas de la educación.
        • El auténtico protagonista es cada uno de nuestros hijos y, de manera aún más radical y decisiva, Dios.

Nuestra tarea al educar en familia consiste en desaparecer en beneficio de cada hijo, excepto en la medida en que realmente le ayudemos a alcanzar su Fin.

Desaparecer en beneficio del hijo
excepto en la medida en que le ayudemos
a alcanzar su fin.

Enseñarles a tener en cuenta la acción insustituible de Dios puede componer la herencia de más valor que, en el conjunto de la educación, leguemos a nuestros hijos.

Como padres y educadores,
nuestra tarea consiste en desaparecer,
para que cada hijo pueda enrumbar el camino
que lo dirige hacia Dios.

(Continuará)

 

Tomás Melendo
Presidente de Edufamilia
www.edufamilia.com
tmelendo@uma.es

Revisa el artículo aquí: https://edufamilia.com/13-claves-para-educar-en-familia/

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