Instituto   para el Matrimonio y la Familia
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Navidad en familia: ¿Reconciliados o simplemente reunidos?

EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN COMO PRAXIS DE RECONCILIACIÓN FAMILIAR.

¡Navidad es Jesús!, sin esta vivencia real, no existiría Navidad verdadera. Como es propio de este tiempo, suelen deslumbrarnos un sinfín de anhelos y preparativos que podrían turbar nuestra mirada. Normalmente estamos acostumbrados a sentarnos toda la familia entorno a la mesa o junto al pesebre para recibir el nacimiento del Salvador, a veces pareciera como que sin reunión familiar no hubiera Navidad; en algunos casos se siente la ausencia del que ya no está o se encuentra lejos. Sin embargo, ¿qué hay de los que quedan y se reúnen?; vivir verdaderamente la Navidad implica reconciliación real con Dios, lo cual se hace pleno y patente al ponerse de manifiesto en la vivencia de la reconciliación con uno mismo y con el prójimo.

El padre Cergio Becerra CJM nos da a conocer cómo el sacramento de la reconciliación se convierte en la praxis de la reconciliación familiar, sacramento al cual se nos invita a acudir especialmente en este tiempo para que el Salvador que viene haga morada en nuestro corazón y en medio de nuestras familias. Vivir la verdadera reconciliación no pretende ignorar el dolor, sino más bien abrazar la misericordia de Aquel que siendo todo un Dios vino a hacerse hombre por sobreabundancia de amor a nosotros. Aceptemos esta maravillosa oportunidad de reconciliación familiar.   

Padre, “me vengo a confesar porque quiero reconciliarme con mi familia”, fue la expresión de un feligrés que pidió el Sacramento de la Reconciliación. En este sentido, se encuentra la convergencia de tres elementos a reflexionar: familia, reconciliación y sacramento. A continuación, se desarrollarán estos elementos proponiendo una mirada al Sacramento de la Reconciliación, no solo como una experiencia individual de reconciliación con Dios, sino como una experiencia que puede contribuir a la reconciliación de las familias desde este Sacramento.

  1. La experiencia bíblica de reconciliación en la familia.

Replicóles José: «No temáis, ¿estoy yo acaso en vez de Dios?

Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso.

Así que no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros pequeñuelos.» Y les consoló y les habló con afecto.

Así que hablándoles con ternura y bondad, los reconfortó. (Génesis 50, 19-21)[1]

Esta historia de José con sus hermanos, hijos del patriarca Jacob, es una experiencia de reconciliación. José ha sido vendido por sus hermanos y llega a vivir en Egipto, donde alcanza los puestos de mayor gobierno. Sus hermanos van a Egipto en busca de provisiones a causa de la sequía, y él, lejos de tomar venganza de ellos, les perdona. En el texto descubrimos algunas claves que nos pueden ayudar a comprender mejor el texto:

Para perdonar a sus hermanos, José parte de la misericordia de Dios que lo ha protegido y le ha ayudado a tener la vida que tiene en el presente (v. 19); José hace una recomprensión de su historia, y, en vez de culpar a sus hermanos por lo ocurrido, descubre la presencia de Dios que mueve los hilos de la historia para salvar a su pueblo, con lo cual renuncia a la venganza y se abre a sus hermanos (v. 20); José le habla a ellos no como quien da una concesión a cambio de condiciones, sino como quien les reconoce como su propia familia sanada por Dios (v. 21).

Estas breves claves nos pueden ayudar a comprender mejor que es posible vivir en un nuevo horizonte de vida, construido a partir de la reconciliación con Dios, por supuesto, no sin ignorar la existencia de ofensa y rupturas familiares, pues reconocerlas hace parte del proceso de la reconciliación.

  1. Las rupturas en la familia

En el ejercicio del acompañamiento espiritual y del sacramento de la reconciliación se encuentran situaciones de mucha ruptura y odios al interior de la familia, tanto con situaciones presentes como con situaciones pasadas. Ciertamente detrás de estas rupturas hay la huella del pecado personal, con el cual, la persona hace daño a Dios, a sí mismo y al prójimo, por supuesto, ese prójimo también puede ser la familia.

Sin embargo, no siempre se tiene la claridad o la conciencia, de que se ha hecho daño a sí mismo y mucho menos, a la propia familia. Esto conlleva a profundos resentimientos en la persona ofendida, que determinan una convivencia familiar en constante tensión e inclinación a nuevas ofensas: “Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar.” [2]. Incluso esta tensión puede conllevar a preferir la propia seguridad encerrándose en sí mismo, y cerrando toda puerta la reconciliación, para evitar nuevas heridas:

La reacción inmediata es resistirse ante el desafío de una crisis, ponerse a la defensiva por sentir que escapa al propio control, porque muestra la insuficiencia de la propia manera de vivir, y eso incomoda. Entonces se usa el recurso de negar los problemas, esconderlos, relativizar su importancia, apostar sólo al paso del tiempo (…) Los vínculos se van deteriorando y se va consolidando un aislamiento que daña la intimidad.[3]

  1. El Sacramento de la Reconciliación como praxis de reconciliación familiar

Frente a esta realidad de pecado, rupturas, y encerramiento en sí mismo, el Sacramento de la Reconciliación es un don de Dios que puede ayudar al proceso de sanación de relaciones familiares. Pero para ello, es necesario descubrir el sacramento en su dimensión reconciliadora con Dios, pero no solo con Él, sino también consigo mismo y con el prójimo, en este caso, la familia.

 En la citada historia de José se mencionaron algunas claves sobre la reconciliación que pueden servir de orientación para este momento.

Primero, José reconoce que Dios ha estado en esta historia (v. 19), no para obrar un mal, sino para ofrecer salvación. Dios entonces es su horizonte y su principio de interpretación, no las heridas causadas por sus hermanos. Precisamente el Sacramento de la Reconciliación ofrece el encuentro con Dios para ser perdonado, ser sanado: “Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: “Dejaos reconciliar con Dios.”[4] Y también para perdonar-se, viviendo la misericordia de Dios, que hace que quien se ha hecho esclavo, redescubra su dimensión de hijo, libre: “Los milagros que hizo (Jesús) en los cuerpos no son sino sombras de los milagros que a diario realiza en las almas por el sacramento de la Penitencia (…) En un momento el que era esclavo del demonio es hecho hijo de Dios”.[5] Se trata entonces del encuentro del pecador o del ofendido, con la misericordia y la sanación de Dios.

Segundo, al mirar su historia desde el paso de Dios, José puede recomprender la misma, esto se puede llamar un acto de conversión, pues cambia su forma de pensar en torno a la historia y a su familia; reinterpreta abriéndose a la misericordia de Dios (v. 20). De este modo, hay una reinterpretación del pasado como ocasión para la salvación, y de los culpables, como hermanos. En este sentido el Sacramento de la Reconciliación tiene la oportunidad de ser un momento reflexivo que, teniendo a Dios como horizonte, lleve a ver la historia familiar como historia de salvación. En cada ofensa Dios ha estado presente, en medio del dolor, Él ofrece consuelo y sanación, de tal modo que posibilita los caminos para construir la vida de una forma diferente, incluso viendo a los ofensores como hijos de Dios que también necesitan ser sanados y perdonados, no solo por Dios sino también por aquel que ha sido ofendido:

La persona que más te odia, tiene algo bueno en él; incluso la nación que más odia, tiene algo bueno en ella; incluso la raza que más odia, tiene algo bueno en ella. Y cuando llegas al punto en que miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama la “imagen de Dios”, comienzas a amarlo “a pesar de”.[6]

Por último, José opta por construir nuevas relaciones con sus hermanos, hablándoles no como quien simplemente da una concesión a cambio de condiciones, sino como quien les reconoce como su propia familia, hijos de Dios (v. 21). Esto significa un pasar, del momento reflexivo, de interpretación, a un momento de acción, de abrirse a un gesto de reconciliación, con el cual se vive en la esperanza y se madura la relación familiar: “Como enseñaba san Juan de la Cruz, «los viejos amadores son los ya ejercitados y probados». (…) Esto supone haber sido capaces de superar juntos las crisis y los tiempos de angustia, sin escapar de los desafíos ni esconder las dificultades.”[7]

En estos tiempos en los que hay rupturas tan profundas en la familia, no se quiere proponer que las ofensas se olviden, o dejen de pasar por el filtro de la justicia civil, sino al contrario, reconociendo todo ello, se den gestos reconciliadores que naciendo del Sacramento de la Reconciliación, superen una visión individualista de reconciliación yo-Dios, y lleven al ofendido, a vivir un proceso de liberación de toda herida y odio, para vivir como un hijo de Dios perdonado y sanado, que se convierte en “perdonador”. Esto en el marco de una familia en la que como la de José, Dios quiere transformar una historia de dolor en historia de salvación.

Pbro. Cergio Luis Becerra Martínez CJM

Profesional en Teología

Vicario Parroquia Espíritu Santo, Alto Selva Alegre

Asesor Renovación Carismática Católica de Arequipa

[1] Desclée de Brouwer, 2000. Biblia de Jerusalén, Bilbao.

[2] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 21. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_19811122_familiaris-consortio.html

[3] Francisco, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 233. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftn113

[4] San Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, 1424. Recuperado de: https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c2a4_sp.html

[5] San Juan Eudes, Consejos a los confesores, p. 9. Recuperado de: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.santamariadeguadalupe.org.mx/pdf/biblioteca/obras-completas/tomo-04_-_consejos-a-los-confesores.pdf

[6] Martin Luther King citado por Francisco en Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 118. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftn113

[7] Francisco, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 231. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftn113

EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN COMO PRAXIS DE RECONCILIACIÓN FAMILIAR.

¡Navidad es Jesús!, sin esta vivencia real, no existiría Navidad verdadera. Como es propio de este tiempo, suelen deslumbrarnos un sinfín de anhelos y preparativos que podrían turbar nuestra mirada. Normalmente estamos acostumbrados a sentarnos toda la familia entorno a la mesa o junto al pesebre para recibir el nacimiento del Salvador, a veces pareciera como que sin reunión familiar no hubiera Navidad; en algunos casos se siente la ausencia del que ya no está o se encuentra lejos. Sin embargo, ¿qué hay de los que quedan y se reúnen?; vivir verdaderamente la Navidad implica reconciliación real con Dios, lo cual se hace pleno y patente al ponerse de manifiesto en la vivencia de la reconciliación con uno mismo y con el prójimo.

El padre Cergio Becerra CJM nos da a conocer cómo el sacramento de la reconciliación se convierte en la praxis de la reconciliación familiar, sacramento al cual se nos invita a acudir especialmente en este tiempo para que el Salvador que viene haga morada en nuestro corazón y en medio de nuestras familias. Vivir la verdadera reconciliación no pretende ignorar el dolor, sino más bien abrazar la misericordia de Aquel que siendo todo un Dios vino a hacerse hombre por sobreabundancia de amor a nosotros. Aceptemos esta maravillosa oportunidad de reconciliación familiar.   

Padre, “me vengo a confesar porque quiero reconciliarme con mi familia”, fue la expresión de un feligrés que pidió el Sacramento de la Reconciliación. En este sentido, se encuentra la convergencia de tres elementos a reflexionar: familia, reconciliación y sacramento. A continuación, se desarrollarán estos elementos proponiendo una mirada al Sacramento de la Reconciliación, no solo como una experiencia individual de reconciliación con Dios, sino como una experiencia que puede contribuir a la reconciliación de las familias desde este Sacramento.

  1. La experiencia bíblica de reconciliación en la familia.

Replicóles José: «No temáis, ¿estoy yo acaso en vez de Dios?

Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso.

Así que no temáis; yo os mantendré a vosotros y a vuestros pequeñuelos.» Y les consoló y les habló con afecto.

Así que hablándoles con ternura y bondad, los reconfortó. (Génesis 50, 19-21)[1]

Esta historia de José con sus hermanos, hijos del patriarca Jacob, es una experiencia de reconciliación. José ha sido vendido por sus hermanos y llega a vivir en Egipto, donde alcanza los puestos de mayor gobierno. Sus hermanos van a Egipto en busca de provisiones a causa de la sequía, y él, lejos de tomar venganza de ellos, les perdona. En el texto descubrimos algunas claves que nos pueden ayudar a comprender mejor el texto:

Para perdonar a sus hermanos, José parte de la misericordia de Dios que lo ha protegido y le ha ayudado a tener la vida que tiene en el presente (v. 19); José hace una recomprensión de su historia, y, en vez de culpar a sus hermanos por lo ocurrido, descubre la presencia de Dios que mueve los hilos de la historia para salvar a su pueblo, con lo cual renuncia a la venganza y se abre a sus hermanos (v. 20); José le habla a ellos no como quien da una concesión a cambio de condiciones, sino como quien les reconoce como su propia familia sanada por Dios (v. 21).

Estas breves claves nos pueden ayudar a comprender mejor que es posible vivir en un nuevo horizonte de vida, construido a partir de la reconciliación con Dios, por supuesto, no sin ignorar la existencia de ofensa y rupturas familiares, pues reconocerlas hace parte del proceso de la reconciliación.

  1. Las rupturas en la familia

En el ejercicio del acompañamiento espiritual y del sacramento de la reconciliación se encuentran situaciones de mucha ruptura y odios al interior de la familia, tanto con situaciones presentes como con situaciones pasadas. Ciertamente detrás de estas rupturas hay la huella del pecado personal, con el cual, la persona hace daño a Dios, a sí mismo y al prójimo, por supuesto, ese prójimo también puede ser la familia.

Sin embargo, no siempre se tiene la claridad o la conciencia, de que se ha hecho daño a sí mismo y mucho menos, a la propia familia. Esto conlleva a profundos resentimientos en la persona ofendida, que determinan una convivencia familiar en constante tensión e inclinación a nuevas ofensas: “Ninguna familia ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las múltiples y variadas formas de división en la vida familiar.” [2]. Incluso esta tensión puede conllevar a preferir la propia seguridad encerrándose en sí mismo, y cerrando toda puerta la reconciliación, para evitar nuevas heridas:

La reacción inmediata es resistirse ante el desafío de una crisis, ponerse a la defensiva por sentir que escapa al propio control, porque muestra la insuficiencia de la propia manera de vivir, y eso incomoda. Entonces se usa el recurso de negar los problemas, esconderlos, relativizar su importancia, apostar sólo al paso del tiempo (…) Los vínculos se van deteriorando y se va consolidando un aislamiento que daña la intimidad.[3]

  1. El Sacramento de la Reconciliación como praxis de reconciliación familiar

Frente a esta realidad de pecado, rupturas, y encerramiento en sí mismo, el Sacramento de la Reconciliación es un don de Dios que puede ayudar al proceso de sanación de relaciones familiares. Pero para ello, es necesario descubrir el sacramento en su dimensión reconciliadora con Dios, pero no solo con Él, sino también consigo mismo y con el prójimo, en este caso, la familia.

 En la citada historia de José se mencionaron algunas claves sobre la reconciliación que pueden servir de orientación para este momento.

Primero, José reconoce que Dios ha estado en esta historia (v. 19), no para obrar un mal, sino para ofrecer salvación. Dios entonces es su horizonte y su principio de interpretación, no las heridas causadas por sus hermanos. Precisamente el Sacramento de la Reconciliación ofrece el encuentro con Dios para ser perdonado, ser sanado: “Se le denomina sacramento de reconciliación porque otorga al pecador el amor de Dios que reconcilia: “Dejaos reconciliar con Dios.”[4] Y también para perdonar-se, viviendo la misericordia de Dios, que hace que quien se ha hecho esclavo, redescubra su dimensión de hijo, libre: “Los milagros que hizo (Jesús) en los cuerpos no son sino sombras de los milagros que a diario realiza en las almas por el sacramento de la Penitencia (…) En un momento el que era esclavo del demonio es hecho hijo de Dios”.[5] Se trata entonces del encuentro del pecador o del ofendido, con la misericordia y la sanación de Dios.

Segundo, al mirar su historia desde el paso de Dios, José puede recomprender la misma, esto se puede llamar un acto de conversión, pues cambia su forma de pensar en torno a la historia y a su familia; reinterpreta abriéndose a la misericordia de Dios (v. 20). De este modo, hay una reinterpretación del pasado como ocasión para la salvación, y de los culpables, como hermanos. En este sentido el Sacramento de la Reconciliación tiene la oportunidad de ser un momento reflexivo que, teniendo a Dios como horizonte, lleve a ver la historia familiar como historia de salvación. En cada ofensa Dios ha estado presente, en medio del dolor, Él ofrece consuelo y sanación, de tal modo que posibilita los caminos para construir la vida de una forma diferente, incluso viendo a los ofensores como hijos de Dios que también necesitan ser sanados y perdonados, no solo por Dios sino también por aquel que ha sido ofendido:

La persona que más te odia, tiene algo bueno en él; incluso la nación que más odia, tiene algo bueno en ella; incluso la raza que más odia, tiene algo bueno en ella. Y cuando llegas al punto en que miras el rostro de cada hombre y ves muy dentro de él lo que la religión llama la “imagen de Dios”, comienzas a amarlo “a pesar de”.[6]

Por último, José opta por construir nuevas relaciones con sus hermanos, hablándoles no como quien simplemente da una concesión a cambio de condiciones, sino como quien les reconoce como su propia familia, hijos de Dios (v. 21). Esto significa un pasar, del momento reflexivo, de interpretación, a un momento de acción, de abrirse a un gesto de reconciliación, con el cual se vive en la esperanza y se madura la relación familiar: “Como enseñaba san Juan de la Cruz, «los viejos amadores son los ya ejercitados y probados». (…) Esto supone haber sido capaces de superar juntos las crisis y los tiempos de angustia, sin escapar de los desafíos ni esconder las dificultades.”[7]

En estos tiempos en los que hay rupturas tan profundas en la familia, no se quiere proponer que las ofensas se olviden, o dejen de pasar por el filtro de la justicia civil, sino al contrario, reconociendo todo ello, se den gestos reconciliadores que naciendo del Sacramento de la Reconciliación, superen una visión individualista de reconciliación yo-Dios, y lleven al ofendido, a vivir un proceso de liberación de toda herida y odio, para vivir como un hijo de Dios perdonado y sanado, que se convierte en “perdonador”. Esto en el marco de una familia en la que como la de José, Dios quiere transformar una historia de dolor en historia de salvación.

Pbro. Cergio Luis Becerra Martínez CJM
rofesional en Teología
Vicario Parroquia Espíritu Santo, Alto Selva Alegre
Asesor Renovación Carismática Católica de Arequipa

[1] Desclée de Brouwer, 2000. Biblia de Jerusalén, Bilbao.

[2] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, 21. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_19811122_familiaris-consortio.html

[3] Francisco, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 233. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftn113

[4] San Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, 1424. Recuperado de: https://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p2s2c2a4_sp.html

[5] San Juan Eudes, Consejos a los confesores, p. 9. Recuperado de: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.santamariadeguadalupe.org.mx/pdf/biblioteca/obras-completas/tomo-04_-_consejos-a-los-confesores.pdf

[6] Martin Luther King citado por Francisco en Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 118. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftn113

[7] Francisco, Exhortación Apostólica Amoris Laetitia, 231. Recuperado de: https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#_ftn113

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