Una lección política para el futuro de la democracia tras la pandemia

Una lección política para el futuro de la democracia tras la pandemia

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Imagen: Internet

IMG 3306 1Por: Juan David Quiceno Osorio, profesor del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo. Magíster en Filosofía por la Universidad Católica San Antonio de Murcia, España.

La coronavirus nos está dejando muchísimas enseñanzas. Quisiera señalar una más: si queremos seguir viviendo en la democracia debemos mejorar mucho en nuestra capacidad para elegir a nuestros gobernantes. Y esto debemos tenerlo muy presentes todos los peruanos, considerando que el próximo año es electoral.

El panorama de crisis ha desnudado la capacidad y la mediocridad de distintos líderes políticos. Algunos países han sido afortunados y, otros, para dolor de muchos, no tanto. La enseñanza señala el mismo sitio: A la hora de escoger, basta de dejarnos guiar por ideologías, por una afinidad racial o por un tentempié.

¿Cuáles criterios, entonces, seguir a la hora de escoger un político? Antes hay que recordar que el liderazgo político es análogo a otros ámbitos de la vida. Sin embargo, exige una comprensión del sistema que no necesariamente es del dominio común. En ese sentido, no todas las personas que son líderes sociales, familiares o empresariales son buenos como líderes políticos. Daré algunos que me parecen fundamentales a la luz de la experiencia de la crisis y de mis conocimientos de filosofía práctica.

El primer criterio es seguir la conciencia moral. Se debe votar por quien creo que realmente podría hacerle un gran bien a la sociedad, independientemente si ese bien será inmediato o no para mí. El voto es un asunto de conciencia, por ello, no hay que dejarse manipular. Esto es un error común del ciudadano de a pie que cae rendido a los halagos de los políticos como quien vuelve con quien lo ha engañado una y otra vez.

En segundo lugar, la humildad del candidato. Su capacidad, no para sintonizar con el pueblo a partir de actos externos, sino para preocuparse por ellos sin ponerse por encima a sí mismo y a su propia bancada política. Un político sin capacidad de autocrítica, siempre a la defensiva o que solo sabe denunciar lo malo del sistema, no es un buen político e incluso, podría no ser una buena persona. Decir la verdad sobre sí mismo y sobre los demás es una virtud que no todos tienen y normalmente podemos darnos cuenta. Aunque para esto hay que colaborar un poco formándose mejor.

En tercer lugar, su educación. Necesitamos personas con una mente amplia para tomar decisiones con sentido común. Decía Platón que los mejores políticos son los que gobiernan con la razón y dejan de lado sus pasiones. Debe ser difícil gobernar cuando se tiene que favorecer a los amigos o a los correligionarios. Debe volver la meritocracia. Es importante que nuestros políticos no solo se expresen bien, sino que manifiesten conocimiento de lo que hacen. Los críticos, los medios de comunicación y las universidades son fundamentales para contrastar la formación de nuestros políticos.

En cuarto lugar, debe tener experiencia de liderazgo político. El sistema democrático tiene muchísimas aristas y cuando elegimos un político su tiempo como presidente, gobernador o alcalde empieza a consumirse rápidamente. Hay que saber que por muy bueno que sea un líder social y que conozca la teoría práctica del gobierno de personas, le tomará tiempo conocer los procesos prácticos que implica su ejercicio ejecutivo. Si no estamos dispuestos a dar ese tiempo, no es bueno escoger personas que no se hayan desempeñado en ámbito político. Los sacrificamos como potenciales candidatos para el futuro. Por otro lado, sería de sentido común saber que está cometiendo errores si al inicio de su gobierno hace grandes cambios o movimientos demasiado agresivos cuando aún no conoce bien todos los procesos del sistema.

Por último, debe haber una verdadera autoridad moral. Alguien es líder cuando logra involucrarse con las personas. El respeto es fruto del trabajo real con y para los otros. La autoridad moral se contrapone a la visión gerencial de la autoridad. Ser un líder moral no es resolver problemas o mandar a otros, es guiarlos por el camino, trabajando con y para ellos. Por ello, esto se reconoce porque cuando hay que hacer sacrificios es el primero en hacerlos. Allí manifiesta su real involucración con los demás, pues, si hay que dar ejemplo es el primero en silenciosamente empezar a ensuciarse las manos.

Seguramente que hay muchísimos más elementos que se pueden buscar, pero a partir de la crisis sanitaria y pensando en los líderes que les ha tocado guiar nuestros países, creo que constituyen una excelente lección para nuestra vida política inmediata.

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