10 de agosto, 2023
Imagen: gacetamédica.com
No todo es negativo en el proceso que vivimos. La pandemia del Covid19 nos está recordando a los hombres el sentido de la palabra humanidad. Me refiero no solo de los grandes gestos heroicos que hacen muchas personas por los demás, sino del sentido ontológico de la palabra HUMANIDAD.
Nos hemos quedado en casa por miedo, por obedecer las órdenes de otros o por la personal convicción que –aunque aún algunos parecen no entenderlo– nuestras acciones pueden dañar a otros. Se trata precisamente de esto: el otro está implicado en mis acciones. Hoy se trata de no esparcir un virus, pero normalmente todas mis acciones tienen una repercusión en los demás. El bien que hago o dejo de hacer no es algo que me compete como solo individuo sino que compromete a los demás. Punto y aparte, haríamos bien en revisar con ojo crítico la idea de individuo así como la máxima de acción tan famosa en nuestra placentera vida: “mientras no le haga daño a nadie”.
La globalidad de la pandemia puede parecer externa, pero en realidad manifiesta cuan unidos estamos. Es una lección fundamental para aprender en estos tiempos. El segundo imperativo categórico kantiano lo expresa con bastante claridad: “actúa como si la máxima de tu voluntad pudiera convertirse en máxima para toda la humanidad”. El mandato ético es bastante exigente, revela un elemento fundamental: la humanidad está implicada como presupuesto de mi obrar. Ninguna de mis acciones es un simple “lo hago solo para mí” que es la convicción que nos ha llevado a vivir en un egoísmo bastante extremo y que hoy nos está cobrando cuentas pendientes como sociedad.
No se trata de que no podemos cometer errores o que debemos ser perfectos en todo. Pero está claro que la responsabilidad es una lección que debemos dejar de aplazar para después de los 30. Lo pueden contar los jóvenes en varios países que por inconsciencia y estupidez enfrentan cargos de cárcel por esparcir el virus entre sus amigos y familiares al asistir a fiestas y eventos sociales después de volver de países en donde pudieron estar expuestos al virus. Pero, peor aún que quizá alguno podría tener que cargar en la conciencia con la muerte de algunos de sus seres queridos.
Así, si bien la lección surge del dolor, no todo será malo si recuperamos el sentido de la palabra humanidad. Lo exige ya el virus, pero lo exigirá de nuevo recuperar la economía, las elecciones políticas del futuro y el día a día en que nos cruzamos con el cajero, el portero, el panadero, el profesor y el ingeniero de la obra de la esquina.
La muerte está en la cabecera de muchos lechos y para ella, el rico, el pobre, el negro, el blanco, el mestizo y el indígena son solo hombres que llevarse. No mira si el carro que consiguió es de tal marca, si su casa tiene suficientes habitaciones o si su colchón es ergonómico. Solo le importa que seas hombre y a Dios, que hayas seguido la máxima de tu voluntad lo mejor posible que, yendo más allá de Kant, se puede expresar como “ama al prójimo como a ti mismo, y a ti mismo como al prójimo”.
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