07 de agosto, 2023
Cuando se discute acerca de la despenalización del aborto, hay un argumento que se emplea con bastante frecuencia para justificar dicha práctica. Se trata de la idea del cuerpo como una posesión individual, expresada en la consigna “mi cuerpo, mi derecho”. Esto implicaría la legitimidad de un pretendido derecho a disponer de él a nuestro arbitrio.
El argumento no deja de tener su interés, especialmente en contextos en los cuales se enfatizó la necesidad de una emancipación de opiniones retrógradas, nacidas de un patriarcalismo cavernario que sería preciso disolver por el bien de nuestra dignidad.
En realidad, el concepto de la propiedad sobre nuestros cuerpos, no solo tendría su campo de aplicación en el caso del aborto; hay también ciertas circunstancias donde la vida misma, estaría sufriendo algún tipo de menoscabo que la haría indigna de ser vivida. El caso del actor francés, Alain Delon, quien desea trasladarse a una clínica suiza para recibir una inyección letal, es un buen ejemplo.
Es probable —no obstante— que, esta noción de la propiedad del cuerpo necesite ser revisada, del mismo modo que, la expresión “vida indigna de ser vivida”. Respecto de esta última afirmación, no es necesario ir muy lejos para darnos cuenta de sus alcances mortíferos, pues si nosotros juzgamos que nuestra vida es indigna de ser vivida, no podríamos negar ese derecho a un tercero, para que opine respecto de nuestra propia vida.
De hecho, esa expresión aparece por primera vez en un texto escalofriante (publicado en 1920), cuyos autores fueron los alemanes Karl Binding (jurista) y Alfred Höche (psiquiatra). Allí, frente a las penurias padecidas por la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial, sus autores recomendaban suprimir precisamente las vidas —a su juicio—, “indignas de ser vividas”.
No se deberían malgastar recursos en la atención de enfermos incurables o de retardados profundos, que no aportan absolutamente nada a la sociedad. De hecho, el libro (no traducido al español) llevaba por título Die Freigabe der Vernichtung lebensunwerten Lebens, algo así como, La permisión de destruir la vida indigna de ser vivida. Estaría de más evocar la enorme utilidad de este texto en la tenebrosa historia alemana del período 1933-1945.
¿Qué hay en común entre lo anterior y la idea de la propiedad sobre el cuerpo? Precisamente la conjetura de que el cuerpo humano, está disponible para ejercer sobre él las acciones que queramos, ya sea en el plano personal como en el político. Ahora bien, como señala Immanuel Kant, en sus Lecciones de Ética, precisamente en la sección titulada Acerca de los deberes para con el cuerpo relativos a la inclinación sexual, el cuerpo humano no es una propiedad.
El hombre no puede disponer de sí mismo; no puede usar libremente su cuerpo como si fuese una propiedad, porque el hombre no es una cosa. Suponer —en cambio— la completa disponibilidad del cuerpo, implica una grave contradicción, pues no pueden coincidir el propietario con la cosa poseída.
Para que esto fuera posible, deberían cosificar al hombre u otorgar estatuto de persona a una cosa y ninguna de estas dos alternativas es factible. Un ser humano es una persona, no una cosa que se puede poseer. La propiedad es sobre las cosas u objetos, no sobre las personas. No nos asiste el derecho siquiera de vender un diente. A esto podemos agregar que la ley castiga severamente —y con razón— el comercio de órganos, mientras que no sucede lo mismo con su donación.
En la donación no hay falta moral, pues al no mediar retribución alguna, el donante no trata a su cuerpo y, por lo tanto, a sí mismo como una cosa. Es verdad que una cosa también puede ser donada, pero si decidimos venderla, su venta no implica inmoralidad ni delito punible, como sí sucede con la venta de un órgano.
Así entonces, pretender un derecho de propiedad sobre el cuerpo, equivale a una cosificación de lo humano y esto siempre es mucho más grave que cualquier situación contra la cual, protestan quienes pretenden ser dueños de sus cuerpos.
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