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¿Por qué estudiar Humanidades en el siglo XXI?

 

Por: Jorge Martínez, filósofo y docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo.

Con el estudio de las Humanidades, algo nos mueve a hacernos algunas preguntas. Ciertamente, nadie negaría la importancia de algo que nos convoca desde lo más íntimo, en tanto seres humanos.

En principio, nadie puede ser indiferente a este llamado; sin embargo, encontramos a muchas personas, cuya vocación no pasa por responder a las preguntas radicales que legítimamente podemos —y tal vez debemos— hacernos respecto de lo que somos, de lo que debemos y podemos esperar o del sentido de nuestras vidas.

Hay mujeres y hombres, cuyas vocaciones no pasan por ahí, sino que se sienten llamados por otro tipo de intereses y enhorabuena que así sea, de otro modo, no tendríamos médicos, ingenieros, empresarios, músicos, administradores o biólogos, por citar algunos ejemplos.

Por eso podríamos hablar de la ‘vocación’ en un doble sentido. El primero de estos sentidos —tal vez el más espontáneo—, se relaciona con nuestros gustos e intereses más inmediatos. Estos dependen de un conjunto de factores sobre los que tenemos poca o ninguna influencia: educación, entorno familiar y social o incluso, afinidades innatas con este o aquel sector de la realidad.

Un segundo sentido de la ‘vocación’, depende más de nosotros y podríamos considerarlo, como un llamado que apela a nuestra responsabilidad, y respecto del cual, gozamos de plena libertad para acogerlo o no. Lo sorprendente es que si no lo acogemos, no seremos moralmente imputables. Nadie podría reprocharnos que no nos inscribamos en maestrías en Humanidades o en doctorados en Filosofía, Historia o letras.

Con todo, esa plena libertad con que enfrentamos esta segunda vocación, hace que seguirla nos enaltezca como personas, engrandezca nuestra alma y nos ponga en el camino de cierta perfección humana.

El compromiso con esta segunda vocación (o llamado, que es el significado de vocación), que ya no es espontáneo ni está necesariamente ligado a nuestros gustos; exige de nosotros cierto esfuerzo, cierta capacidad de romper la inercia propia de la vida. Estudiar Humanidades y más especialmente, cuando hemos atendido el llamado de la primera vocación, no es un salto al vacío, sino un compromiso con una forma más plena de encarar la propia existencia.

Cuando hablamos, por ejemplo, de un postgrado en Humanidades, no hablamos solamente de un grado académico, sino de un vínculo ético con la respuesta a preguntas esenciales, guiados por la pericia y sabiduría de quienes nos han precedido en ese mismo camino.

La necesidad de las Humanidades, puede atenderse de varias maneras y no exclusivamente en los postgrados dedicados a ellas; también es esencial su presencia transversal en las carreras de grado, aún cuando —lamentablemente— en muchos casos, ellas no sean vistas más que como un ornamento, pero ya hablaremos de la importancia de los adornos.

Esta tarea de ocuparnos de las Humanidades, es tanto más urgente, cuanto más nos sabemos inmersos en un mundo de alta densidad tecnológica, donde parece esfumarse la relevancia de la verdad en favor de la eficacia y en donde, la tendencia a los automatismos, parece erosionar nuestra espiritualidad, es decir, lo que más nos define como seres humanos.

Desplegar nuestra existencia sin hacernos cargo de la verdad o sustituyéndola por la eficacia de las tecnociencias, es una forma nociva de autoengaño, tal vez la más perniciosa. El compromiso y la veneración de la verdad, no nos proporcionan el hábitat confortable que nos ofrece la eficiencia de nuestros artefactos, pero nos brinda una irreemplazable ocasión de verdadera plenitud humana.

El compromiso con esta segunda vocación, no es una promesa de cómoda instalación en la verdad, pues esta nunca promete placidez. La promesa que sí hace la verdad, en cambio, apunta a uno de los más insondables misterios de nuestra naturaleza: la libertad.

La importancia de las Humanidades, va manifestándose al espíritu atento, a medida que los aparentes progresos materiales del mundo, las muestran como algo puramente ornamental.

Una vez más, podemos distinguir en lo ‘ornamental’ un doble sentido, tal como hicimos con la vocación. Uno, es el promovido por alguna forma de inmediatez utilitaria, que hace del ornamento, algo superfluo, puramente exterior y descartable. En otro sentido, podemos decir que, la dignidad de este adorno (que son las Humanidades) está inexorablemente ligada a nuestra propia naturaleza y no es superfluo, sino esencial; no tiene el carácter de un cuerpo extraño en el currículo académico, sino que es entrañable porque habita dentro de cada uno de nosotros; y finalmente, no es descartable, sino un fin en sí mismo.

Y si esto es así, diríamos que el estudio de las Humanidades, es como el respeto a una liturgia en la cual, celebramos nada menos que nuestra propia dignidad humana.

 

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