Centro de Pensamiento   Social Católico
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La actualidad de la doctrina social de la Iglesia y las urgencias de nuestra época

 

Resumen:

Este artículo hace un análisis de los diferentes aspectos de la época actual que necesitan con más urgencia la atención de la doctrina social de la Iglesia. El primero de ellos es la urgencia económica, porque las finanzas se han convertido en una ideología, en un estilo de vida, en una visión del mundo, perdiendo de vista sus legítimos fines. La siguiente urgencia es la negación del derecho a la vida. Luego está la urgencia educativa, la urgencia democrática, pero sobre todo, la urgencia principal hoy día es la urgencia antropológica. Llega a esta conclusión porque perdiendo el sentido de la persona humana y dejando de lado la noción de naturaleza humana, se hace muy difícil enfrentar todos los problemas humanos.

Palabras clave: Doctrina social de la Iglesia, sociedad, antropología.

Mons. Giampaolo Crepaldi
Arzobispo de Trieste (Italia)
Presidente del Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia

1. La doctrina social de la Iglesia (DSI) frecuentemente se pone a prueba con las urgencias de nuestra época. De hecho, surge del encuentro entre el Evangelio y los problemas siempre nuevos que la humanidad debe enfrentar. La doctrina social de la Iglesia no es una teoría, ni una ideología o una sabiduría humana, sino que expone las consecuencias del encuentro con Cristo Salvador para la vida comunitaria, para la política, la sociedad, la economía, la cultura, el trabajo. La doctrina social de la Iglesia surge del encuentro de la Iglesia con el mundo en vistas de la evangelización, es decir, para el anuncio de Cristo; es anuncio de Cristo en las realidades temporales. Es por esta razón que las urgencias que la humanidad enfrenta en cada época le interesan directamente. León XIII, en 1891, en la Rerum novarum, había hablado de los obreros en la nueva sociedad industrial. Esa era la urgencia de aquel tiempo. Pablo VI, en la Populorum progressio, habló del desarrollo, porque esa era la urgencia de su época. Benedicto XVI, en la Caritas in veritate, ha hablado del poder excesivo de la técnica, porque ésta es la urgencia de nuestra época. De todas maneras, es necesario recordar que la doctrina social de la Iglesia no va detrás de las cuestiones de actualidad solamente para estar actualizada, como podría hacer un periódico o un noticiero. La actualidad surge no tanto de los temas considerados cuanto del Evangelio, que es siempre nuevo. La doctrina social de la Iglesia no hace una crónica de novedades, sino que lee los acontecimientos humanos a la luz del Evangelio. De esta manera fortalece las mentes y los corazones, ofreciendo esperanza al hombre desorientado. Cada época tiene sus propias urgencias, ya que la vida terrena no conoce la ausencia de preocupaciones. Todavía, la luz del Evangelio ilumina y da fuerza a quien trabaja por la justicia y por la paz.
2. Hoy en día todos están de acuerdo en afirmar que existe una urgencia económica de carácter mundial: no sería una novedad. Muchas veces, en el pasado, han surgido situaciones similares. La Quadragesimo anno, de Pio XI fue escrita después de la tremenda crisis financiera de 1929, muy parecida a la que vivimos actualmente. Sin embargo, muchos piensan que en esta crisis económica hay algo más, y más grave, incluso respecto a la gran crisis de 1929. La separación de la actividad financiera de la economía real se ha hecho muy marcada porque las finanzas se han convertido en una ideología, en un estilo de vida, en una visión del mundo, perdiendo de vista sus legítimos fines. La explosión de las finanzas y su separación de la economía y de la vida real se justifican en una filosofía: la del endeudamiento, del consumo antes que de la producción, de la riqueza que hay que gastar, de la anticipación inmediata de beneficios que deberían madurar solamente a futuro. Podríamos llamarla la “filosofía de la carta de crédito”. Yo consumo, me endeudo, voy a pagar a fin de mes o el mes próximo, o el próximo año. Antes se decía: trabajo, gano, ahorro, gasto. Hoy ya no es más así; hay una manía de tener ya hoy el mañana. Alguien lo llama “presentismo”, es decir, la absolutización del presente, desinteresándose por el futuro. Otros lo llaman “consumismo”, es decir, la exaltación del consumo por encima de otras fases del ciclo productivo. Como se puede ver, no se trata solamente de finanzas o de economía, sino de una visión de la vida. A esta forma de ver la vida la doctrina social de la Iglesia contrapone la responsabilidad hacia las generaciones futuras, la solidaridad hacia las personas que no pueden mantener el ritmo de este consumismo, la subsidiariedad de las finanzas, que es sólo uno de los instrumentos de la economía real, y la subsidiariedad de la economía real en referencia a la dignidad de la persona humana, la justicia, la tutela de la familia.
3. La urgencia financiera es, en definitiva, una falta de confianza en el futuro. Se pretende consumir ya hoy lo que se piensa en producir mañana. Así se hipoteca el futuro de nuestros hijos y de nuestras familias, cargándoles nuestras deudas, prefiriendo una especulación que genera valor, pero no un valor real. Esta desconfianza en el futuro es evidente también en otra urgencia de nuestra época: la crisis demográfica. Hay quien lamentablemente sigue hablando de “bomba demográfica”, es decir, de un aumento de la población mundial que llegaría a ser insostenible. Sin embargo, esto ya no lo cree nadie. Más bien la verdad es lo contrario. Algunos estudiosos de gran prestigio consideran que la crisis económica y financiera que comenzó en el 2008 en los Estados Unidos tenga como origen precisamente la disminución de la población que requería que se aprovechara al máximo el consumo de las familias, que disminuían en cantidad, incluso ofreciéndoles préstamos fáciles para adquirir, por ejemplo, su vivienda. La Caritas in veritate de Benedicto XVI toca la cuestión de la crisis demográfica con sabiduría y realismo, poniendo en evidencia que las naciones que tienen un futuro son precisamente aquellas con una población mayoritariamente joven, mientras que las demás están destinadas a decaer. Ésta es la situación de los países europeos, por ejemplo, los cuales están viviendo un “invierno demográfico” que los debilita espiritualmente y materialmente. La doctrina social de la Iglesia señala con insistencia la importancia de la familia, la apertura a la vida, la solidaridad entre las generaciones. Si analizamos la situación actual veremos que estas recomendaciones se confirman, y no sólo por los valores que expresan, sino también por las consecuencias benéficas para la vida económica y el trabajo. Una sociedad individualista, cerrada a la vida, centrada sólo en el presente, es débil incluso como sistema productivo y económico porque en definitiva lo más importante es la consistencia del sistema moral de una nación.
4. Así se puede comprender mejor las consecuencias de la negación del derecho a la vida en nuestras sociedades. La apertura a la vida, afirma la Caritas in veritate, es fundamental para el desarrollo de los pueblos. En cambio, hoy en día los ordenamientos jurídicos de todas las naciones desarrolladas reconocen la posibilidad de recurrir al aborto con la ayuda del Estado. De la misma manera, reconocen también la posibilidad de inducir a la muerte a un enfermo terminal, aún cuando se trata de un niño. América Latina está siendo fuertemente presionada, internamente y a nivel internacional, para que introduzca en sus propios ordenamientos jurídicos estas leyes contrarias a la vida. En los Estados Unidos, sin embargo, se nota una tendencia a replantearse la cuestión: en el último año se han formalizado 32 restricciones de la legislación sobre el aborto. En América Latina, al contrario, están aumentando los países que legalizan el aborto. ¡Que no se piense que estas leyes que son contrarias a la vida no tendrán fuertes y negativas repercusiones en la vida social y económica de esos países! Y no se trata de leyes aisladas, que consideran casos aislados; se trata de leyes que tienen un fuerte impacto en la convivencia social. Si una sociedad no se abre generosamente a la aceptación en el acto en el cual la vida nace, no podrá tampoco ser acogedora en otras situaciones de la vida social y económica. Una sociedad que promueve la dureza de corazón produce frutos negativos en todas partes. ¿Cómo se podría esperar que exista un sentido de ayuda y de solidaridad hacia los más débiles, hacia los trabajadores desocupados, hacia los jóvenes que buscan trabajo, hacia los pobres, siendo duros e indiferentes cuando se mata a quien solamente quiere nacer? Un feto en el vientre materno es “el más débil entre los débiles”. La opción preferencial por los pobres que hace la doctrina social de la Iglesia comienza aquí, extendiéndose después a otras formas de pobreza. Para ser pobres es necesario “ser”. El impedimento a “entrar en la vida” es la primera forma de pobreza.
5. La crisis económica es una falta de confianza y esperanza en el futuro, como lo es también la urgencia demográfica y el desafío del derecho a la vida. La doctrina social de la Iglesia también puede ser considerada como una visión de las cosas más llena de esperanza. El hombre moderno muchas veces vive angustiado, buscando con esfuerzo la felicidad, aún si para alcanzarla a veces se vuelve contra sí mismo. Vive como si Dios no existiera, pero viviendo sin Dios es también indiferente al sentido de su vida. Si entonces la vida es carente de sentido, ¿por qué habría que sacrificarse para acogerla en el seno materno? ¿Para qué formar una familia y educar a los hijos? ¿Para qué construir una empresa y hacerla funcionar bien para que beneficie a todos? ¿Qué sentido tiene luchar por la justicia y por la paz? Si la vida es carente de sentido, entonces nada tiene sentido, o todo puede tener un sentido contrario. Por su parte, la doctrina social de la Iglesia abre la perspectiva de la esperanza. Me gusta pensar que la encíclica de Benedicto XVI, Spe salvi, sea también una encíclica social. Nuestra voluntad debe seguir a la razón, que la precede. Pero también la razón puede caer en la desesperación. En este caso, la razón debe seguir a la esperanza, que la sostiene. La doctrina social de la Iglesia ofrece al hombre la esperanza de poder conocer la ley natural que Dios Creador ha puesto en las cosas. El mundo no fue hecho por casualidad. Incluso la vida social entra en el proyecto creativo de Dios, ya que debe respetar algunos principios y fines naturales. La vida, el matrimonio, la familia, la libertad de educación, la justicia, la paz, son ante todo exigencias naturales, que derivan de la naturaleza humana; no son obligaciones sin alternativas, sino instancias de libertad para poder ser verdaderamente personas humanas. Por otra parte, la doctrina social de la Iglesia ofrece la esperanza a los hombres, porque prueba que el mal ha sido ya vencido por el Salvador, que el Reino de Dios ya ha comenzado, que la providencia divina guía nuestra historia, que todo está destinado a cumplirse. Sin embargo, decir que el mal ha sido ya vencido no significa que el mal no exista más en nuestra historia, o que no se tenga que luchar contra él; más bien quiere decir que con la gracia de Dios se puede combatir y vencer, significa que podemos ser libres, que la verdad nos hace libres. De aquí surgen enormes energías espirituales para nuestra sociedad, y por esto decimos que la doctrina social de la Iglesia es también un modo de animar la sociedad humana. Ella demuestra cómo las relaciones humanas pueden volverse áridas y cómo el futuro puede perder su significado si se prescinde de Dios.
6. Hago referencia a estos temas porque hoy también nos encontramos frente a otra urgencia de la cual se tiene que ocupar la doctrina social de la Iglesia: la urgencia educativa. Este tema ha sido varias veces considerado por Benedicto XVI, y realmente se ha convertido en un problema universal. En todas partes la educación está hoy en crisis. Pensándolo bien, también aquí encontramos la misma falta de esperanza en el futuro a la cual antes me he referido. No se logra educar cuando no se sabe quién es aquel al cual queremos educar y para cuál futuro sea necesario prepararlo. Para el presente consumista no sirve educar. El consumismo, en sentido amplio, como una visión de la vida, impide la educación. Pero sobre todo la impide la incertidumbre actual referida a la existencia del hombre. La característica de nuestra cultura contemporánea no es ya tanto el choque de las antropologías, que en verdad siempre ha existido, sino el contraste entre quien niega la existencia de una antropología y quien afirma que es ciertamente posible conocer al hombre. Hoy en día el pluralismo se extiende no solamente a las distintas antropologías, sino sobre todo a la cultura que niega la existencia misma de una antropología. De esta manera, para ser respetuosos del pluralismo no se toma posición en referencia al hombre. Aquí reside la crisis de nuestras instituciones educativas, comenzando por la familia y pasando por la escuela, la cual con frecuencia se convierte en el lugar donde todas las posiciones se miden críticamente. De por sí, esto es positivo, pero se corre el riesgo de no ser constructivos sino dispersivos. Por lo general, en los programas escolares no se dice qué tipo de persona se quiere educar. El respeto por las opiniones de los otros puede desviar de la intención de enseñar la verdad. Por ejemplo, desde el momento que en las sociedades occidentales avanzadas se difunden formas de convivencia fuera del matrimonio, se hace muy difícil educar al matrimonio y la familia. La escuela ya casi no educa más en estos valores. Afirmar la verdad y educar en la verdad puede ser considerado ofensivo para quien se inspira en verdades diferentes.
7. Esto nos lleva a considerar la urgencia democrática, también hoy muy difundida, incluso en sistemas formalmente democráticos. La democracia no es el lugar donde se acercan las opiniones que son distintas, sino más bien donde juntas buscan la verdad y se dejan guiar por ella. Esto nos lleva a decir, siguiendo la doctrina social de la Iglesia, que la democracia no es libertad sin verdad, ya que de esta manera podría transformarse en una sutil forma de totalitarismo. No se trata de establecer las “normas de tránsito” para que todas las opiniones puedan circular libremente sin chocarse. Ésta sería una democracia solamente procedimental y no substancial. Por otra parte, sería una democracia individualista que se limita a establecer las normas sólo para garantizar que cada uno pueda hacer lo que quiera. La democracia selecciona las opciones, con libertad y participación, pero efectivamente las selecciona. A algunas no les concede el derecho de circular porque las considera contrarias al bien de la persona y al bien común. La democracia se apoya en los valores vinculados a la dignidad trascendente de la persona humana; sobre estos valores, respetando la libertad y las leyes, no se puede transigir. Cuando se pierde la fidelidad personal a estos valores en la mentalidad común, entonces también la democracia está en peligro. Por ello es necesario educar a la democracia. ¡Es paradójico que en las dictaduras no sea necesario educar y en cambio en las democracias sí! Y sin embargo algunas veces sucede lo contrario. Aquí confluyen la urgencia democrática y la urgencia educativa, de la cual he hecho antes mención. Las democracias no pueden renunciar a educar en los valores humanos, porque la democracia puede, democráticamente, dañar al hombre. Así, sería tal formalmente, pero no substancialmente.
8. Quisiera ahora concluir este breve viaje por las urgencias contemporáneas. Todas las cuestiones que he mencionado coinciden en un aspecto: hoy en día, la urgencia principal es la antropológica. Esta urgencia resume todas las demás. Perdiendo el sentido de la persona humana y dejando de lado la noción de naturaleza humana, se hace muy difícil enfrentar todos los problemas humanos. Y no hay sólo problemas técnicos. Todo se refiere sintéticamente a la persona, que es el verdadero principio, sujeto y fin de la vida social, como afirma el Concilio Vaticano II. Y lo es de tal manera, como un todo, que no puede ser desarmado en partes. Sin embargo es necesario que nos hagamos otra pregunta: la crisis antropológica, ¿se puede explicar por sí misma? ¡No! ¡No se puede explicar por sí misma, porque el nivel humano no es el último posible! Esta crisis se explica con la crisis teológica. En la medida en que se pierde la conciencia de Dios, desaparece también la conciencia del hombre. El concepto de persona surgió con el cristianismo cuando reflexionando sobre las Personas divinas los Padres de la Iglesia y los primeros concilios ecuménicos encontraron elementos claves para comprender mejor a la persona humana. Así, a la persona homini se llegó partiendo de la Persona Domini. Es por lo tanto lógico que, si se pierde una, se pierda también la otra. Y la norma del origen vale también como norma para el fin, naturalmente invertida. Digo esto para demostrar cuánto la expectativa de que la doctrina social de la Iglesia pueda dar respuesta a las urgencias del momento presente, como así también la misma posibilidad de aceptar este desafío, dependa fundamentalmente de la nueva evangelización. Es una nueva fase de la relación entre la evangelización y la promoción humana, que —como decía Pablo VI en la Evangelii nuntiandi— se complementan recíprocamente.

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Este artículo es publicado por el Centro de Pensamiento Social Católico en el marco del convenio de colaboración entre la Universidad Católica San Pablo y el Observatorio Internacional Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia.

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